Resulta asombrosa la tranquilidad con la que los representantes del Gobierno dicen auténticas barbaridades como las que, sobre la nación, acaban de pronunciar el presidente Zapatero, la vicepresidenta De la Vega y el ministro de Defensa, José Bono.
Empezando por el presidente, y aunque sea con retraso, no podemos dejar pasar su nihilista proclama de que, en una “democracia avanzada”, no hay que dar “la batalla por las palabras y los conceptos”. Si hay algo, sin embargo, de importancia esencial tanto en el derecho, como en la ciencia política como en la Filosofía, es precisamente el uso del lenguaje. Lo más despreciable, con todo, es que el nihilismo del presidente del Gobierno se decanta siempre a favor de las “palabras” y los “conceptos” de los separatistas –que ellos, desde luego, sí consideran irrenunciables–, por mucho que, como en el caso de la “nación catalana”, sean una afrenta a la realidad, a la historia, a nuestra Constitución y a la continuidad de España como Estado de derecho y a la de los españoles como ciudadanos iguales ante la ley.
Más patética ha sido, con todo, la inconsciencia de la vicepresidenta De la Vega, cuando ha dicho que la palabra “nación” aparecerá en el preámbulo, pero no en el articulado, pues eso “entraría en confrontación con el articulo 2 de la Constitución”. Vamos, como si el preámbulo de un estatuto, además de no formar –junto al articulado– un todo jurídico, fuera una especie de cajón de sastre en el que es admisible cualquier disparate anticonstitucional. O trastorno de identidad.
¿Y qué decir de Bono, que ha venido a repudiar “la España de los Reyes Católicos” al mismo tiempo que a ensalzar a España como “una de las naciones más antiguas del mundo”? ¿En qué quedamos? ¿O tampoco fue, acaso, la España de los Reyes Católicos la “España que había descubierto el Nuevo Mundo” en tiempos en los que –como dice Bono– aún otras naciones “estaban en mantillas”?
Al margen de los vericuetos históricos en los que nos introduce Bono, la nación que ZP y los separatistas van a socavar con su estatuto soberanista, todavía es, además, un Estado de Derecho, en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Si Bono ensalza a la nación española, lo hace de la misma forma que el vicio cuando rinde homenaje a la virtud: con la hipocresía. Y a esto ha acabado dedicándose, hasta extremos delirantes, este servidor de ZP y de los separatistas, que quiere, al mismo tiempo, seguir aparentando patriotismo constitucional.
Dijimos en su día que, con el gobierno del 14M, nos aguardaban autenticas pesadillas orwellianas; pero el espectáculo que están dando todos los miembros del gabinete ZP, con tal de colar “el pulpo” del estatuto como “animal de compañía” de la Constitución, ya no es sólo la institucionalización de la mentira y de la distorsión del lenguaje: Es un espectáculo propio de un manicomio.