Portugal no reclama oficialmente Olivenza. Marruecos sí exige que Ceuta y Melilla pasen a formar parte de los dominios del sultán alauita, pese a que tal reclamación tenga aún menos sentido, históricamente hablando, que una hipotética exigencia lusa. De modo que, simplificando bastante la situación, se pueda considerar a Portugal como un buen vecino, con el que nos podemos y debemos llevar bien, y a Marruecos como uno rematadamente malo. Las razones por las que, supuestamente, España debe llevarse bien con el país africano no resultan especialmente comprensibles.
Las naciones –al menos las que siguen considerándose como tales– se comportan en el concierto internacional de acuerdo a sus propios intereses. No cabe duda de que Marruecos así lo hace. Entendiendo que desea la anexión tanto del Sáhara como de las islas y ciudades españolas en África, su comportamiento resulta perfectamente comprensible y profesional. No así, en cambio, el de su contraparte española. Es cierto que Marruecos casi siempre dispone de algún elemento con el que hacernos presión –la pesca, la inmigración, el tráfico de drogas...–, pero el problema es que España casi siempre ha renunciado a hacer lo propio. Excepto en la última legislatura de Aznar, han hecho lo que han querido sin oposición alguna.
De ahí que el PSOE se echara al cuello de Aznar por visitar Melilla, calificando de "deslealtad" que un ex presidente español acudiera a una parte de nuestro territorio. Zapatero y los suyos temieron que Marruecos aumentara. No se han preocupado ni un segundo por crear redes de información en el país vecino, por financiar movimientos democráticos en su interior, por ser fuertes en la UE para poder amenazar con perjudicar el estatus comercial de Marruecos en la Unión. No, lo único que han hecho ha sido plegarse en todo a las exigencias del régimen. Que no quisieran seguirle el juego resultaba, claro, inaceptable. Pero lo único inaceptable ha sido la política del Gobierno de Zapatero hacia Marruecos durante todos estos años.
Aquella reacción no sentó muy bien entre la opinión pública, de ahí que la visita de Rajoy a Melilla –tardía, pero apropiada–, no haya provocado las mismas reacciones. Pero eso, siendo una mejora, no es ni de lejos suficiente. España no puede aceptar que Marruecos considere una "provocación" que el Rajoy acuda a una parte de nuestro territorio, ni que continúe calificando de marroquíes dos ciudades españolas. Debería exigir, por tanto, una rectificación. Y tomar represalias si no la obtiene.
Pero para que una nación se comporte como debe, defendiendo sus intereses, primero debe creerse tal. Y si España ha dado tal carta de naturaleza a sus movimientos secesionistas, ¿cómo va a defender la integridad de su territorio frente a terceros? ¿Qué esfuerzos va a hacer para luchar por unos intereses que no cree comunes? La dictadura marroquí, naturalmente, no tiene esos complejos. Por eso una reclamación tan desquiciada en el fondo ha pasado a ser parte de nuestro día a día político.
España no debe preocuparse por llevarse bien ante Marruecos. Debe defender lo nuestro y tener buenas relaciones sólo si eso sirve a nuestros fines. Es lo que hacemos todos cuando nos toca convivir con un mal vecino.