Mal, muy mal lo debe de estar pasando el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, para rehuir las preguntas de la prensa en los pasillos del Congreso, cosa que jamás había hecho hasta este miércoles. Que pueda sentirse ninguneado por no haber sido informado de la reunión que Zapatero y Pablo Iglesias mantuvieron hace escasos meses en casa de José Bono, por mucho que pueda haber sido la gota que haya colmado el vaso, es lo de menos. Le afectará, desde luego, como le puede afectar el público respaldo del expresidente socialista a la presidenta andaluza Susana Díaz, de quien Zapatero ha dicho que "tiene capacidad para gobernar todo lo que se le ponga por delante".
Sin embargo, lo que parece más decisivo para explicar el escasamente disimulado malestar que muestra el todavía líder del PSOE es la posibilidad de un adelanto electoral en Andalucía, tal y como baraja Díaz, de la que se ha sabido que está embarazada de tres meses. Y tiene motivos para la preocupación. Si bien Sánchez se convirtió en líder del PSOE en unas primarias disputadas, no es menos cierto que buena parte del respaldo que entonces recibió –gracias en gran medida a Díaz– alcanzaba tan sólo a su designación como secretario general, no a su eventual candidatura a la presidencia del Gobierno. Muchos de sus apoyos se sintieron traicionados cuando Sánchez anunció su intención de aspirar también a La Moncloa.
En lugar de reforzar un liderazgo prendido con alfileres, Sánchez ha llevado a cabo, además, una muy mediocre labor de oposición al Gobierno de Rajoy, lo que ha multiplicado las voces que en su propio partido cuestionan su liderazgo. En estas circunstancias, ha interpretado la posibilidad de un adelanto electoral en Andalucía como lo que es: una maniobra para desbancarle como líder nacional del PSOE. La excusa esgrimida por la presidenta andaluza para justificar un posible adelanto electoral –la inestabilidad política en Andalucía– no se la cree nadie. La supuesta inestabilidad política en aquella región, desmentida por sus propios socios de Gobierno, es la misma que cuando Díaz heredó el cargo de Griñán. Pero entonces no optó por el adelanto electoral, que por otro lado le hubiera permitido ser gobernante por decisión de la ciudadanía, no del dedazo de su mentor.
Lo que en realidad ha cambiado son las encuestas, que ahora otorgan unánimemente una clara victoria socialista en Andalucía. Esa previsible victoria, que en nada perjudicaría –todo lo contrario– a la dirección nacional si en ella hubiese un liderazgo consolidado, ofrecería un insoportable contraste con los malos resultados que los sondeos pronostican al PSOE en el resto de España.
Aunque la previsible victoria socialista en Andalucía no sea tanto mérito de su presidenta como muestra de la pésima labor del PP andaluz, lo cierto es que Pedro Sánchez nada ha hecho por consolidar su liderazgo nacional. De ahí que muchos ya lo llamen Pedro el Breve.