Al margen de quien sea el sucesor de Zapatero, y de cuánto tiempo se mantendrá en el cargo, que será el principal resultado que nos dejará este fin de semana el Congreso del PSOE, el cónclave socialista ya ha tenido como primer fruto el discurso de despedida de Zapatero. Un texto que deja claro por qué alguien tan poco preparado como él nunca debió llegar a la presidencia del Gobierno.
Zapatero ha usado de coartada para justificarse su reconocimiento de que erró al negar la crisis. Ha llegado incluso a afirmar que sus palabras eran un ejemplo de que su partido hacía autocrítica. Pero, por supuesto, no sólo no ha admitido en toda su amplitud aquel error –pues no sólo negó la crisis sino que atacó fieramente a quienes advertían contra ella–, sino que ha procedido a poner todas las excusas posibles para las decisiones que tomó a partir de ese momento. Que si el problema provino de Estados Unidos y no de lo que él hizo. Que si cuando abordó la crisis llevó a cabo políticas keynesianas aprobadas por todas las instancias internacionales. Que si estaba en minoría y la oposición no le ayudó pese a que Rajoy, y bien que desde Libertad Digital se le criticó por ello, votó a favor o se abstuvo en casi todas las votaciones cruciales.
En definitiva, España está hecha unos zorros, pero él no tiene la culpa. Y sí, a eso lo llama "autocrítica".
Su sectarismo ha quedado retratado cuando ha negado que exista ninguna crisis de la socialdemocracia porque los valores de esta ideología se están extendiendo por el mundo, como demuestran las revoluciones árabes. Es decir, que la búsqueda de la libertad y la democracia y la lucha contra las dictaduras es algo propio exclusivamente de ellos. Se podría pensar que es una característica más propia de los demócratas sin adjetivos, sean del bando que sean. Pero para Zapatero, como se ve, algo bueno sólo puede provenir de la izquierda en exclusiva, y sólo la izquierda puede ofrecer algo bueno.
Podríamos seguir así durante horas. Pero bastan estas dos pinceladas para dejar claro qué personaje ha dirigido los destinos de España durante casi ocho años. Un individuo sectario, sin preparación y sin capacidad alguna para reconocer sus propias limitaciones y errores. El peor presidente que ha tenido la democracia española moderna. Y al que han aplaudido sin rubor los delegados presentes en el congreso, haciéndose así orgullosos partícipes de su herencia. Mal empezamos.