Transcurridas ya más de 24 horas desde que se supieran los resultados de las elecciones europeas, sorprende que el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno del paro, José Luis Rodríguez Zapatero, aún no se haya dignado a comparecer ante los ciudadanos para dar su explicación a la derrota –corta, pero derrota– de la formación que dirige en unos comicios nacionales.
Al fin y al cabo, una derrota del Gobierno en unas elecciones celebradas a nivel nacional en las que la campaña se ha centrado de forma prácticamente exclusiva en asuntos locales exige algún tipo de respuesta. Zapatero podrá enrocarse, o fingir moderación, o lanzarse otra vez a denunciar lo mala que es la derecha. Lo que no puede hacer es esconderse detrás de López Aguilar, un mal candidato que sin embargo se ha honrado por la forma de reconocer su derrota, y de Leire Pajín, que ha demostrado una incapacidad planetaria dirigiendo la campaña.
No le falta razón al PP al exigirle que se someta a una moción de confianza. No cabe duda de que ha perdido el apoyo de los ciudadanos, como ha quedado demostrado en las urnas. Zapatero tiene hoy menos legitimidad para seguir gobernando el país en un momento tan crucial como éste, especialmente si se mete en charcos tan polémicos como el del aborto. La única forma de recuperar parte de esa legitimidad sería someterse a la confianza del Parlamento, que seguramente le daría su aval, previo pago con nuestro dinero a algunos grupos nacionalistas. Sería la única manera de afrontar con ciertas garantías lo que resta de legislatura.
Cosa distinta es la posibilidad de una moción de censura. Es cierto que permitiría a Rajoy ofrecerse como alternativa, si es que está por la labor de definirse como tal y no limitarse a esperar a heredar el poder. Pero un paso de este calibre obligaría al PP a contar con suficientes apoyos como para dejar clara la debilidad de Zapatero, aunque éste saliera vivo de la contienda, pues en caso contrario no serviría para nada más que para fortalecerlo. Y hoy por hoy no puede contar con casi nadie, como ha dejado meridianamente claro Duran Lleida.
En cualquier caso, Zapatero debería aclarar si tiene intención de someterse a una cuestión de confianza o si no lo ve necesario, y explicarnos a los españoles si los resultados del domingo cambiarán en algo sus planes. Si antes de las elecciones decía que "claro que se jugaba algo", una vez derrotado no puede hacer mutis por el foro. Siendo ésta la primera vez que le sucede, cabe pensar que Zapatero es tan incapaz de aceptar con gallardía una derrota en las urnas como de disfrutar con elegancia de las victorias. Pero todo un presidente del Gobierno no puede permitirse dejarse llevar por una rabieta cuando tendría que estar cumpliendo con su obligación. Los españoles que lo han votado, y los que no, esperan sus explicaciones y su reacción. Cada hora que deje pasar sin ofrecerlas dañará aún más su imagen y su credibilidad.