Una vez más, lo viene haciendo casi a diario en los últimos años, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, reclamó a su partido que dé todas "las batallas políticas e ideológicas". Tras ser reelegida al frente del PP de Madrid con un 97,2% de los votos, Aguirre demostró estar en plena forma con un vibrante discurso que cerró el cónclave regional del PP madrileño. La presidenta derrochó energía y despejó las dudas sobre su voluntad de permanecer en la primera línea de la política. La militancia, muy necesitada de una inyección de ánimo, respondió con entusiasmo a unas palabras que contrastan con los mensaje apocados que en demasiadas ocasiones reciben de sus representantes.
Aguirre no hizo otra cosa que reivindicar la seña de identidad de su trayectoria y la del PP de Madrid en los últimos años. Enarboló la bandera de las ideas, los principios y las convicciones, con su ya clásico "no me resigno a aceptar la superioridad moral de la izquierda". Nadie podrá decir que estamos ante un brindis al sol o una boutade de la presidenta. Su gestión en la Comunidad de Madrid es una prueba palpable de coherencia con una ideas que Aguirre resume en "la defensa de la libertad y la Nación española". Lo esencial que une a todos los militantes del PP.
Cuenta, además, Aguirre con el aval de sus extraordinarios resultados electorales. Ha ido incrementando su apoyo elección tras elección, cosechando cada vez más votos y condenado al PSOE a la más absoluta irrelevancia política en la Comunidad de Madrid. Este es el mejor argumento contra ese errado debate que en la derecha española contrapone un pretendido pragmatismo frente a la firmeza en la defensa de las ideas y las convicciones. Estrategias elaboradas por sociólogos como Pedro Arriola que, basadas en no enfadar a la izquierda, buscan la victoria por incomparecencia del rival. Como un mito más, muchos en el PP lo han interiorizado como una verdad inalterable.
Frente a estas recetas de laboratorio sociológico, Aguirre propone el camino que indica el sentido común. Convencer es el primer paso para vencer. Un partido que no cree en lo que defienden sus bases difícilmente puede generar ilusión y confianza. Ese es el origen de muchos de los problemas de comunicación que está sufriendo el Gobierno. La imagen de los ministros pidiendo perdón por los recortes que anuncian se repite cada semana. Reducir el gasto público, reformar la sanidad y la educación, cerrar televisiones autonómicas o replantearse el Estado autonómico son medidas buenas en sí mismas y el Gobierno no debe avergonzarse ni flagelarse en público por tomarlas. Diga lo que diga la izquierda. Y si tanto les preocupa a algunos, que se fijen en el sonoro fracaso de los sindicatos y el PSOE en su intento este domingo de agitar la calle contra los recortes.