Lo ha vuelto a hacer. La ultraizquierdista Candidatura de Unidad Popular (CUP), la formación con menos respaldo popular en el Parlamento autonómico catalán, ha vuelto a negar su apoyo a Artur Mas para que siga siendo el presidente de la Generalidad de Cataluña. Con ello, la Batasuna catalana ha dado el tiro de gracia al heredero del imputado Jordi Pujol, pues le deja en una posición prácticamente imposible. Ahora bien, quizá no quepa enterrarlo por completo aún, porque, tratándose de la política del Principado, es dable "cualquier sorpresa", como bien apunta nuestro corresponsal Pablo Planas. No es anecdótico sino fundamental este detalle: por culpa de los separatistas, Cataluña es terriblemente inestable, un territorio que irradia inseguridad en todos los órdenes relevantes, empezando por el jurídico y el institucional y terminando por el económico. De ahí que la imagen que esté transmitiendo al resto de España y a Europa sea pésima, además de patética.
Cataluña vive un continuo marasmo político que se está llevando por delante sus instituciones, tomadas por una casta tóxica empeñada en dinamitar el Estado de Derecho y la convivencia y asediada por unos nuevos bárbaros que prometen ser aún peores para el bienestar y las libertades de los catalanes. Al execrable Mas se le ha vuelto en contra su infame Frankenstein y no parece tener manera de controlarlo.
El Principado parece abocado a unas nuevas elecciones autonómicas, que serían las cuartas en cinco años, cifras propias de territorios tremendamente desarticulados. Es más que probable que tampoco resuelvan nada. Cataluña tiene muy graves problemas de disfuncionalidad, y la solución no va a venir de quienes se los están causando, esto es, de la casta separatista actual o de la emergente, encarnada en personajes como Ada Colau o los cabecillas cuparras. Por lo que hace al PSC, ha dado sobradas muestras de ser un partido esquizofrénico y muy poco de fiar, de sobra dispuesto a ir de la mano de los que quieren destruir Cataluña y el resto de España. En cuanto al PP, camina decidida y en ocasiones se diría que aliviadamente hacia la marginalidad. Sólo queda Ciudadanos, que, aunque obtuvo unos resultados extraordinarios en los comicios del año pasado, evidentemente no puede con sus solas fuerzas dar un vuelco a la situación.
Cataluña no puede seguir así. Tampoco España. Razón de más para que quienes defienden la Constitución y el Estado de Derecho lleguen a un acuerdo de largo aliento que tenga entre sus grandes prioridades la regeneración del Principado y la lucha política sin cuartel contra quienes lo están devastando.