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EDITORIAL

Bono y la hipócrita izquierda acaudalada

Efectivamente, lo indecente no debería ser tener, sino delinquir, pero precisamente quienes han convertido en un rasgo sospechoso e indecente el tener han sido las izquierdas todas.

La hipocresía, hacer lo contrario de lo que se predica, nunca ha sido considerada una virtud social. Aunque puede tener su relevancia evolutiva –por aquello de defender lo que se considera positivo aun cuando uno no sea lo suficientemente fuerte como para cumplirlo–, en general suele ser una estrategia para medrar a costa de los demás; un reprimir al prójimo mientras uno disfruta libre de ataduras. El propio Jesucristo critica en numerosas ocasiones a los fariseos, a los hipócritas, quienes "purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y maldad" (Lucas 11, 39).

La izquierda ha hecho de su odio a los ricos una de sus señas de identidad. Herederos de una empobrecedora –moral, intelectual y económicamente– tradición marxista, han considerado la riqueza como el fruto de la explotación del obrero y no como el resultado de haber generado prosperidad, bienestar y satisfacción para millones de consumidores. El rico siempre se encuentra bajo sospecha y, precisamente por ello, merece ser objeto de todo tipo de coacciones y exacciones. Ayer mismo, el líder de IU, uno de esos partidos sin ninguna idea buena que gracias a la calamitosa gestión de Zapatero y a su demagogia sobre la crisis parecen estar ganando algo de oxígeno, acusaba al Gobierno de "tener miedo" a los ricos de este país, reclamándole que actuara contra ellos.

Por supuesto, cuando la izquierda reclama dureza contra los ricos nunca piensa en la riqueza que han amasado los propios políticos gracias –y dejando de lado la corrupción– no a haber servido a los ciudadanos, sino, en la inmensa mayoría de las ocasiones, a haberles esquilmado y dificultado sus vidas. Ahí tenemos a toda la "izquierda caviar" nacional –desde nuestros autodenominados "intelectuales" a los empresarios afines al PSOE– e internacional –desde los Castro a Slim, pasando por los actores hollywoodienses– que es inmune a estas peticiones de arrimar el hombro y la cartera. Al parecer, toda su riqueza tiene un justo origen gracias a la pureza ideológica del propietario.

El Gobierno socialista lleva meses clamando contra la avaricia y la búsqueda desenfrenada de beneficios con tal de justificar su lamentable gestión de la crisis. La proclama del Ejecutivo y de los sindicatos (que tanto monta) es que no hay que dejar que los ricos se aprovechen de la crisis y que el coste de la misma no deben soportarla unos trabajadores que no la han causado.

Parecía, pues, que haber amasado un mínimo patrimonio le convertía a uno en sospechoso de haber pegado un pelotazo inmobiliario o de haber corrompido a alguna administración local. Tal era la disyuntiva que el delirante discurso de la izquierda estaba planteando.

Y hete aquí que una vez hemos descubierto que José Bono, uno de estos defensores de las clases pauperizadas, poseía un patrimonio familiar de difícil cuantificación en el que se incluyen un piso de un millón de euros en el centro de Madrid, una lucrativa compañía hípica, un ático en el barrio de Salamanca, el más caro de la capital, dos áticos más en Estepona, una joyería en Albacete y unos ingresos anuales superiores al millón de euros, el presidente del Congreso sale a la palestra a declarar que lo "indecente no es tener, sino robar".

Efectivamente, lo indecente no debería ser tener, sino delinquir, pero precisamente quienes han convertido en un rasgo sospechoso e indecente el tener han sido las izquierdas todas. Y quienes habían enarbolado como una de sus banderas de cambio la transparencia y el buen gobierno habían sido los actuales socialistas, quienes incluso sacaron adelante una ley con tal nombre con el único propósito de reírse de todos los españoles a través de una declaración patrimonial claramente incompleta.

La cuestión es por qué si Bono considera que "tan honrado o miserable puede ser quien gana 10 como quien gana 1.000", se ha tomado tantas molestias en ocultar que ganaba no 1.000, sino un 1.000.000. Por qué ha tenido que asignar la propiedad de una joyería a una niña de 10 años, sin capacidad civil para obrar y dirigir una compañía. Por qué ha descalificado a quienes sacaban a relucir el patrimonio que él mismo manipulaba como "calumniadores de extrema derecha". Por qué, en definitiva, se comportaba como los fariseos haciendo lo contrario de lo que afirmaba. Porque si este asunto es sólo cuestión de una decencia que él entiende no mancillada, no hay razón para mentir durante tanto tiempo sobre su auténtica situación patrimonial.

Claro que tampoco se entiende por qué semejante mascarada hipócrita ha contado con la complaciente defensa de tantos miembros del PP, desde el alcalde de la ciudad donde Bono cuenta con algunos de sus mejores inmuebles, Alberto Ruiz Gallardón, hasta el presidente de Nuevas Generaciones, Nacho Uriarte, quien supuestamente tuvo que autocensurar su panegírico al ex ministro de Defensa. Una de dos: o algunos dentro del PP no quieren hacer oposición o esperan tapar la hipocresía propia encubriendo la ajena; dos hipótesis no excluyentes.

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