La actuación del Tribunal Constitucional autorizando la presencia de la franquicia política de la ETA en los organismos democráticos recibió ayer la respuesta contundente de las víctimas del terrorismo, que son las primeras damnificadas por una decisión que olvida a la Justicia para someterse a un dictado gubernamental de una vesania sin límites.
Pero es la nación entera la que resulta atacada por las maniobras de un gobierno amoral, que ha dispuesto de la judicatura para validar unos enjuagues cuyo vergonzoso legado habrá de perseguir a sus protagonistas por mucho tiempo. En esta situación, la salida nuevamente a la calle de las organizaciones que defienden a las víctimas del terrorismo no era una opción, sino una cuestión de estricta necesidad y, como señalábamos ayer aquí mismo, perfectamente oportuna digan lo que digan los voceros de los partidos políticos, preocupados únicamente por el resultado electoral de este próximo domingo.
Los políticos, en el mejor de los casos, han decidido eludir el llamamiento de las víctimas para protestar por el desafuero del órgano -nos cuesta llamarlo Tribunal- presidido por Pascual Sala. En el peor, han intentado boicotear en la medida de lo posible el acto público previsto. Pero nada de esto importa. Lo sustantivo es que con frío, con calor, con lluvia o con nieve, las víctimas del terrorismo cuentan siempre con el apoyo de la parte más noble de una nación que se rebela contra las injusticias que sus órganos políticos perpetran contra ellas una y otra vez.
Ayer las víctimas del terrorismo volvieron a sentirse arropadas por una multitud de ciudadanos libres que quisieron expresarles una vez más su cariño y su respeto, al tiempo que se sumaban a la protesta pacífica contra una villanía que nos va a hacer retroceder una década en la lucha para derrotar al terrorismo y sus secuaces. El gobierno, ya lo hemos visto, está dispuesto a hacerse el sordo ante el clamor de una ciudadanía que asiste atónita a sus maniobras ilegítimas en una materia tan sensible como la lucha contra el terrorismo.
Algo parecido podemos decir de la oposición política, con las excepciones habituales que, a título personal y muy honrosamente, nunca fallan cuando las víctimas del terror realizan un llamamiento público. Mas las víctimas no están solas. Tienen a todos los españoles de bien con ellas, respaldándolas y sumándose a su voz para reclamar lo que el estado de derecho les debe, que no es otra cosa que justicia.
Modestamente, también nosotros estamos dispuestos a perseverar en nuestro apoyo, tal y como hemos hecho siempre desde nuestro nacimiento. Ochocientos cincuenta y un asesinados, varios miles de heridos y sus familias no merecen menos.