Con su habitual verborrea tan cursi como orwelliana, que descansa en la manipulación por inversión del significado de las palabras, la alcaldesa de Barcelona ha vuelto a dejar de manifiesto este fin de semana que su gran objetivo es acabar con las libertades y el régimen que ha de garantizarlas. En nombre de las libertades. "Tenemos una firme convicción soberanista por el derecho a decidir, porque la soberanía está en la ciudadanía y en las urnas", ha clamado Ada la liberticida, más que dispuesta a unir sus fuerzas al separatismo catalán, el de la corrupción monstruosa y el filoterrorismo infecto, en su proyecto de demolición del Estado de Derecho y de la convivencia en Cataluña.
Colau, que habla y no para de una "fiscalidad justa" mientras se alista bajo las banderas del nacionalismo más insolidario y rapiñero, que canta las loas del "internacionalismo" mientras aguanta la antorcha del nacionalismo más xenófobo y cerril, es, verdaderamente, una política antisistema. Su manera de proceder y de discurrir, de adoctrinar y de agitar las peores pasiones, es propia de alguien que detesta profundamente el sistema. El sistema democrático. El sistema de libertades. Por eso carga contra la España constitucional y el pueblo español, al que quiere amputar y despojar de su soberanía irrenunciable.
Ada Colau es, como sus aliados dentro y fuera de Cataluña, una afrenta, un baldón y una amenaza. Para Cataluña y para el resto de España. Lejos de ser solución a nada, son parte fundamental de los más graves problemas de la Nación y un ominoso exponente de la degradación de la vida pública. PP, PSOE y Ciudadanos deberían tenerlo siempre presente y actuar en consecuencia.