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EDITORIAL

Zapatero, decidido a prolongar el calvario de la Nación

Que nadie se llame a engaño. Un Zapatero políticamente enterrado pretende mantenerse en el poder hasta el último día, le cueste lo que le cueste a una Nación a la que ya ha colocado al borde del colapso.

No le ha faltado razón al líder del PP, Mariano Rajoy, al considerar que la situación política y económica en la que está inmersa España es de tan notoria e indiscutible gravedad que debería resultar absurdo debatir sobre cuál es el estado de la Nación por mucho que ése sea el nombre del debate que se ha celebrado este martes en el Congreso. Así debería ser, ciertamente, si todos los intervinientes en el mismo tuvieran un mínimo de apertura a esa lamentable realidad; pero el presidente del Gobierno, tras su patética intervención, ha vuelto a dejar en evidencia que él no es uno de ellos.

Con afirmaciones propias de un mentiroso compulsivo, Zapatero no ha dudado en quitar gravedad a la situación y en aferrarse a cosas como que "en los últimos trimestres nuestra economía ha presentado un patrón de recuperación caracterizado por la fortaleza del sector exterior"; o que "el turismo será uno de los sectores de actividad que contribuirá a que en 2011 se alcancen las previsiones de crecimiento logrando más de 55 millones de visitantes".

Evidentemente, el presidente del Gobierno no ha podido soslayar los cinco millones de parados, pero ha tenido la desfachatez de quitarle hierro asegurando que "ya hemos observado el primer incremento interanual en el número total de horas trabajadas o del empleo temporal". No menos alarmante ha resultado verlo calificar el colapso económico que padecemos como "la corrección de los desequilibrios propios de nuestro anterior modelo de crecimiento". Sólo le ha faltado hablar de "los brotes verdes" o de "la luz al final del túnel", pero como Zapatero viene utilizando estas expresiones desde que tuvo que admitir la existencia de la crisis, ha preferido expresarlo con otras palabras.

Decidido a prolongar el estéril calvario que para la Nación supone su permanencia en el Gobierno, Zapatero ni siquiera se ha molestado en anunciar esas numerosas y profundas reformas que, según él, iban a justificar el agotamiento de la legislatura. Tan sólo ha anunciado una inconcreta propuesta de fijar un techo de gasto para las autonomías y un par de demagógicas promesas para frenar los desahucios hipotecarios y la morosidad municipal que sufren las empresas. Si lo primero se puede traducir en un encarecimiento del crédito hipotecario y un debilitamiento de su seguridad jurídica, lo segundo tiene todo el aspecto de que va a correr a cuenta del contribuyente.

Con un presidente de Gobierno que no alcanza a admitir la gravedad de la situación y que consecuentemente no propone medidas de envergadura para paliarla, más que nunca resulta evidente la imperiosa necesidad de celebrar nuevas elecciones como condición sine qua non para tratar de poner fin a la agonía. Con todo, que a nadie llame engaño ni "el tono de despedida" o de "fin de ciclo" que se ha podido detectar en casi toda la lamentable intervención de Zapatero. Ha sido de despedida por cuanto es su último debate del estado de la Nación, pero no, desde luego, porque esté decidido a irse antes de agotar la legislatura. Pretende quedarse hasta el último día, le cueste lo que le cueste a una Nación a la que ya ha colocado al el borde del colapso.

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