Los resultados electorales dejan muchas incógnitas y pocas, muy pocas certezas. Quizá la única es que los cuatro años de Mariano Rajoy al frente del Gobierno, con la mayor concentración de poder que haya disfrutado un político en la España democrática, han sido letales para el centroderecha: ni siquiera en los dificilísimos años que sucedieron al 11-M, con Zapatero en el poder, se había desmoronado de semejante manera.
Los cinco descalabros del último año y medio –europeas, andaluzas, municipales, autonómicas y catalanas– han tenido como tremendo colofón los resultados de este domingo. El PP ha perdido casi todo su poder territorial y lo tendrá muy difícil para volver a gobernar, a pesar de ser la fuerza más votada. El propio Rajoy se convierte en el primer presidente de la democracia que no logra revalidar una mayoría suficiente tras un mandato, y muy difícilmente se puede argumentar que su figura como candidato haya contribuido a otra cosa que a hundir más las opciones de su partido. ¿Qué más necesita para dimitir?
Y si los populares tienen difícil formar Gobierno, aun siendo los más votados, tampoco lo tienen fácil los socialistas, que se han quedado a 33 escaños de aquellos y que necesitarían una coalición imposible con multitud de fuerzas de extrema izquierda y separatistas para acceder al poder y mantenerse en él.
En definitiva: España tiene las trazas de ser un país ingobernable a partir de esta noche, lo cual puede abocar a nuevas elecciones en la próxima primavera.
Unas elecciones a las que el PSOE volvería a presentarse con la soga al cuello: sólo un punto y medio ha separado a los socialistas de Podemos, y nada les garantiza que esa relación de fuerzas no se invierta para entonces. De hecho, si se analizan los resultados en comunidades como Madrid –donde los de Ferraz han sido cuartos–, Cataluña –terceros– o Valencia –también terceros–, el panorama para Sánchez y los suyos es tremendo: pese a su aparente triunfalismo, son un partido que se está desangrando.
Otra sorpresa desagradable de esta noche ha sido el resultado de Ciudadanos; especialmente en Cataluña, donde aspiraba a ser primera fuerza, pero también en el resto de España: sus 40 escaños pueden parecer mucho para un partido que no tenía ninguno –y, en cierto sentido, lo son–, pero no son ni de lejos lo que los de Rivera podrían haber obtenido de no haber desarrollado una campaña pésima, en la que no han logrado trasladar mensajes claros ni identificar al que podía haber sido su electorado.
Otro fenómeno de primera importancia es el triunfo de Podemos en Cataluña –incontestable, tanto en votos como en escaños– y en el País Vasco –con 15.000 votos más que el PNV, aunque con menos diputados–. Es la constatación de que en aquellos lugares donde el odio a España se ha promocionado sin desmayo, éste ha venido acompañado de un rechazo al sistema igualmente tóxico y peligroso. Los mal llamados nacionalistas moderados han segregado una bestia que ya ha empezado a devorarlos, como ha quedado aún más claro en Navarra.
Veamos cómo se desarrollan los acontecimientos. Qué pasos dan el apalizado Mariano Rajoy, el aturdido Albert Rivera y un Pedro Sánchez que, aun cosechando el peor resultado para el PSOE desde la instauración de la democracia (ha obtenido menos de la mitad de los votos conseguidos por Zapatero en 2008), tiene en sus manos el futuro de España... y el de su partido, que corre el riesgo de acabar completamente fagocitado por Podemos, movimiento populista de la peor especie que ha dado un paso formidable hacia su objetivo de demoler el régimen de libertades consignado en la Carta Magna.