Tal y como anunciábamos hace poco más de un mes con motivo del segundo aniversario de los atentados del 11-M, la investigación no ha hecho más que empezar. Y está siendo la prensa independiente la que mantiene el pulso. El diario El Mundo informó ayer que la furgoneta Renault Kangoo encontrada proverbialmente en Alcalá de Henares no tenía nada en su interior. Ni cinta coránica, ni restos de explosivo, ni nada parecido al medio centenar de pruebas clave que se encontraron después.
Sabíamos que el Skoda Fabia no contenía ninguna pista en las cinco primeras inspecciones, ahora, su vecina la furgoneta Kangoo parece que tampoco. El primero necesitó ser revisado seis veces consecutivas hasta que se encontró una funda de pistola y el ADN de Alekema Lamari. A la segunda le bastó con pasar por la comisaría de Canillas para que apareciese la célebre cinta con versículos del Corán y el no menos célebre resto de cartucho con explosivo. Esto sucedía el 12 de marzo, 48 horas antes de las elecciones, y fue el detonante de una reacción en cadena que terminaría, un día más tarde, frente a la sede del PP en la calle Génova.
El hallazgo de la "cinta del Corán" contribuyó de un modo decisivo a inclinar la balanza a favor de los que insistían en la autoría islámica de los atentados. Fue, en cierto modo, la portezuela que, al abrirse, dio la vuelta a la confusa situación que se vivió durante aquellas horas. Al PSOE, además, le vino de perlas para apuntalar la conexión entre la guerra de Irak y la masacre de Atocha. Si ahora resulta que no hubo tal cinta, o, peor, que la cinta apareció milagrosamente tras la visita a la comisaría el panorama es, cuando menos, tenebroso. Alguien debería dar explicaciones, y rápido.
Este de la furgoneta no ha sido, sin embargo, el único varapalo que se ha llevado la "versión oficial" esta semana. El extenso reportaje que hoy miércoles presenta Libertad Digital sobre el teléfono móvil que sustenta una de las principales pruebas de la versión oficial del 11-M no ofrece lugar a dudas: "si lo que se quiere es detonar una bomba a una hora determinada, no tiene sentido emplear el teléfono, porque un simple temporizador es más barato, más seguro, más simple y no deja ningún rastro".
Una investigación practicada por Libertad Digital con varios teléfonos móviles del mismo modelo que el encontrado en la mochila de Vallecas (de la marca Trium), desvela que ese teléfono no podía hacer estallar la carga explosiva que llevaba adosada. Por un lado, ya sabíamos que tenía dos cables sueltos que imposibilitaban la deflagración. Por otro, llevaba en sus entrañas una pista muy oportuna, la tarjeta SIM a través de la cual se pudo llegar a Jamal Zougham, pero que no era imprescindible para poner el mecanismo en marcha. Es decir, que los terroristas no tenían necesidad alguna de dejar dentro la tarjeta para hacer sonar la alarma que, eventualmente, haría explotar la mochila.
Tal acumulación de evidencias nos ponen en el mismo escenario del Skoda Fabia o de la furgoneta de Alcalá. Todo parece indicar que la mochila no fue más que un reclamo depositado por alguien muy interesado en que fuese encontrada para dirigir la investigación hacia el barrio de Lavapiés, exactamente hacia la tienda de Kalaji y el locutorio regentado por Zougham. Las dos farsas funcionaron como un reloj. El hallazgo de la cinta y las detenciones de Lavapiés fueron coetáneos y las televisiones y radios las dieron al mismo tiempo.
La "versión oficial" del 11-M no puede mantenerse ni un minuto más; a cada paso que se da en la genuina investigación de lo ocurrido su descrédito es mayor. Es posible que los numerosos terminales mediáticos del Gobierno no estén demasiado interesados en este asunto pero eso, lógicamente, no significa que el Ejecutivo no deba estarlo. Las piruetas para sortear lo obvio –como sucedió hace dos meses con la mochila– son, por añadidura, cada vez más difíciles. Rubalcaba debería ir tomando nota.