Cada vez parece todo más claro. Los planes de futuro de Microsoft pasan por asumir que Windows Vista es un fracaso y que tendrá que poner toda la carne en el asador del Windows 7 si quiere volver a recibir el aplauso de usuarios y empresas. Los probadores dispondrán de una versión alpha (es decir, preliminar, pero que muy preliminar) del nuevo sistema operativo durante este mes de octubre. La fecha prevista para el lanzamiento no está muy clara, pero parece situarse entre finales de 2009 y comienzos de 2010.
Aún así, podría pensarse que eso nos obligará a usar Vista durante un año o dos. Pues no. Microsoft ha decidido extender la licencia de Windows Vista que permite a los fabricantes de ordenadores instalar XP otros seis meses más, hasta julio del año que viene. No sería de extrañar que siguiera ampliando el periodo de expiración de ese tipo de licencia hasta que tenga disponible una alternativa aceptable para sus clientes.
Y es que no parece que la gente esté muy contenta con Vista. En mi caso, es el segundo Windows que tras probarlo termino decidiendo no trabajar con él. El otro fue el infame Windows Me, un sistema que todos aquellos que lo instalaron recuerdan con escalofríos. Pero lo que opine yo, claro está, tampoco debería preocupar en Redmond. Pero sí que, en una encuesta realizada este verano, el 60% de los administradores de sistemas hayan declarado no tener planes de instalar Vista en las redes de las empresas para las que trabajan. Puedo asegurarles de que aquí, en Libertad Digital, tenemos auténtico pánico ante esa perspectiva. Pero hay más. Un 42% de ese grupo mayoritario de administradores que no quieren Vista considerarían migrar a Mac o a Linux antes de tener que actualizarse al último sistema operativo de Microsoft.
Pese a que el Service Pack 1 ha resuelto una parte de los problemas de Vista, no parece que haya sido capaz de cambiar la percepción de los usuarios. Y aunque Microsoft se dedique a hacer anuncios con Seinfeld y Gates de protagonistas, no parece que esa realidad vaya a cambiar mucho. Las razones de ese rechazo son muchas, pero quizá la más importante es que el nuevo Windows da demasiados dolores de cabeza y exige unas máquinas demasiado potentes para lo poco que ofrece a cambio.
En cualquier caso, lo que también ha dejado clara esta debacle, es que ni siquiera una empresa como Microsoft puede hacer lo que quiera y esperar que sus usuarios se lo traguen sin pestañear. El mal llamado "poder de mercado" tiene muchos límites, tantos que resulta más bien ridículo llamarlo "poder". Son nuestras preferencias como consumidores las que al final terminan por imponer las estrategias empresariales de las empresas, por muy grandes que sean. Los responsables de Microsoft estarán cruzando los dedos y rezando todo lo que saben para que Windows 7 sea tan bueno como debería haberlo sido Vista. Su "monopolio" está en juego.