Ha provocado gran escándalo entre algunos respetados gurús de la internet patria como Enrique Dans o Ricardo Galli que muchos hayan considerado el último producto de Telefónica como una violación de la neutralidad de la red, que ellos defienden ardorosamente. Algo de razón tienen. Sin duda, lo que va a vender la compañía de Alierta no es algo que no haya hecho antes Akamai: ofrece, previo pago, unos servidores situados en los nodos de la compañía para que sirvan desde ahí los contenidos. Si, pongamos, Libertad Digital tuviera dinero para pagarlo y nuestros competidores no, el periódico tardaría menos en descargarse que los demás. Ni desde un punto de vista lírico ("todos los bits son creados iguales") ni técnico ("no restringe contenido, sitios ni plataformas, y la comunicación no está irrazonablemente degradada por otras comunicaciones") Telefónica está rompiendo la neutralidad de la red.
Pero pongamos un ejemplo. Imaginemos una red de carreteras donde todos los coches están limitados a una velocidad de 100 km/h. Para que unos vayan más rápido, los dueños imponen una restricción de 70 km/h. Se ha roto la neutralidad de la red de carreteras. Pero también podría pasar que todos estuvieran de partida limitados a 70 km/h. Entonces se decide que aquellos que puedan pagar un plus tendrán permiso para ir a 100. La situación termina siendo la misma que en el caso anterior, pero en este segundo supuesto no se habrá violado la definición de neutralidad de red. Eso es lo que ha hecho Telefónica al anunciar su red de distribución de contenidos o CDN.
Seamos claros: a mí lo del CDN me parece estupendo. Aumentará los ingresos de la compañía, cosa que sus accionistas agradecerán, y además descongestionará las redes, lo que beneficiará no sólo a los usuarios de los sitios web que decidan pagar, sino también, aunque menos, a los demás. Pero aquellos que clamaban contra la "internet de dos velocidades" que supondría la ruptura de la neutralidad en la red deberían estar poniendo el grito en el cielo. La idea que defendían, si no la entendí yo mal, es que con una red así sería difícil que los emprendedores pudieran lanzar un nuevo producto de éxito en internet al tener que competir en inferioridad de condiciones con los actores ya establecidos, que pagando disfrutarían de una mayor velocidad y serían más atractivos para los usuarios. Es decir, que regulando a los propietarios de las redes físicas para impedirles innovar como quieran, fomentaríamos la innovación de quienes hacen negocio sobre esas redes.
Si resulta que la jugada de Telefónica, como antes la de Google, les parece bien podemos acabar pensando que están a favor de que los Gobiernos entren a regular internet, con todos los peligros que eso supone, no por un riesgo cierto para la naturaleza de la red, sino por defender unos intereses empresariales sobre otros, o por mantener prístina una cierta visión ingenieril de internet. Que, oigan, todo podría ser.