El ministerio del señor Costa informó a primeros de año que el 88% de los españoles dispone de teléfono móvil. Incluso en Irak, esa nación devastada supuestamente por la guerra, tres compañías han desembarcado con la sana intención de hacer dinero dando servicio a los iraquíes. Carecer de móvil es aún más raro que haberse declarado a favor de la guerra en España. Y yo no tengo móvil.
Creo que la razón es visceral; le cogí manía cuando se empezó a popularizar y sus propietarios los empleaban con gran falta de educación. No sólo tuve que escuchar en el autobús, en múltiples ocasiones, apasionantes conversaciones familiares o sentimentales, sino que las tuve que escuchar a un volumen que rompería los tímpanos a un crítico de ópera. En mis primeras presencias en los teatros madrileños, el ensueño se perdía entre melodías monocordes, de móviles de dueño irrespetuoso. Y, sin negar su utilidad, me irritaba esa pérdida de intimidad, el estar con una persona y, al segundo siguiente, que ésta estuviera en un mundo completamente distinto. Pero, con el tiempo, muchos de estos problemas se han ido suavizando. Con la evolución llega la formación de buenas costumbres en el uso de todo nuevo ingenio tecnológico. Sobre todo si prácticamente todo el mundo tiene uno.
Y es que los móviles disfrutan del llamado efecto red. Existen ciertos productos que aumentan más su valor para cada individuo cuanto más gente los tenga. Eso es válido para los teléfonos normales, los sistemas operativos o, incluso, las marcas de coches, pues cuanto más gente tenga un coche de una determinada marca más sencillo es disponer de talleres especializados y piezas de recambio.
Así pues, según crecía el número de gente con teléfono móvil, el comportamiento de estas personas en determinadas situaciones variaba de forma acorde. Se asume que todos tenemos móvil. Muchas veces no se queda en un determinado sitio a una determinada hora sino que se deja en un lacónico "ya nos llamaremos". Y el subsiguiente asombro. "¿Pero cómo, que no tienes móvil? ¿Y ahora qué hacemos?"
De modo que ya tengo móvil.
Vale, ha sido un regalo.
Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.