Existe para buena parte de la izquierda un único mandamiento. Naturalmente, no tiene nada que ver con el cristiano ni con amar a Dios o al prójimo de ninguna de las maneras. Es algo mucho más simple y onanista: si eres de izquierdas eres buena persona. De ahí se extrae un corolario igualmente simple: si no eres de izquierdas no puedes ser buena persona. Y aunque la lógica formal nos enseñe que ni partiendo de esa falsa premisa puede extraerse esa conclusión, lo cierto es que la lógica formal siempre ha tenido un papel muy escaso en la formación de las creencias políticas.
Como el mundo no suele encajar dentro de esquemas tan simples, estos progres se esfuerzan en meter la realidad dentro de su visión del mundo a martillazos. Este fin de semana, con motivo de la canonización de la Madre Teresa, pudimos ver en acción uno de ellos: la demonización de cualquier adversario, por más sagrado que pueda ser visto por la gente, siempre y cuando no se ajuste a su esquema mental. Tanto Público como El País nos enseñaron lo mala que en realidad fue, entre otras cosas por ser católica y estar en contra del aborto. Acabáramos. Y, naturalmente, el aquelarre de las redes sociales amplificó.
Teresa de Calcuta fue una persona real, y como tal tuvo luces y sombras, claro que sí. Pero es curioso que sólo pongan la lupa en alguien que, pareciendo la más pura definición de buena persona, al mismo tiempo es difícil encajar como militante izquierdista. Por poner un ejemplo, si buscan algo parecido a "El lado oscuro de Nelson Mandela" en estos mismos medios, no encontrarán nada. Porque a Mandela, mal que bien, sí le podían colocar dentro de la izquierda política, y por tanto tenía permiso para ser buena persona, pese a que, como todo ser humano de carne y hueso, tuviera sus luces y sus sombras.
Así, no nos puede sorprender que los mismos que pondrían el grito en el cielo si a algún imbécil le diera por llamar "puto maricón" al difunto Pedro Zerolo llamen a la Madre Teresa "puto cacahuete miserable" –Cifuentes no ha aprobado ni aprobará ninguna ley contra la gerontofobia– y que no pase nada. Porque lo esencial no es lo que se diga o haga, sino la pertenencia a la secta. Y la monja albanesa consagró, con mayor o menor acierto, su vida a los demás sin pasar por ese trago. Así es difícil mantener la ficción de que la Iglesia no es más que un nido de pederastas. Normal que quienes se creen buenos por tener las ideas correctas sin necesidad de mover un dedo por el prójimo busquen la excusa que sea para condenarla. Lo que sea con tal de seguir viviendo en su complaciente océano de autosatisfacción moral.