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Daniel Rodríguez Herrera

Nokia, la nueva Motorola

Quizá le ha llegado el momento a la finlandesa de reconocer que con sus muchas virtudes –como, ejem, no meter la pata con sus antenas–, hacer un buen sistema operativo para smartphones quizá exceda sus capacidades, al menos las actuales.

Confiar en la existencia de empresas estables, que nos sobrevivirán hagan lo que hagan, sólo es posible cuando son públicas, es decir, socialistas, o pertenecen a sectores tremendamente regulados, es decir, socialistas. En el mercado real nadie sobrevive siempre, o al menos no como líder. Y menos si tu sector es tan dinámico como el de las nuevas tecnologías.

IBM lo sabe, Microsoft empieza a saberlo y Nokia le está viendo las orejas al lobo. Hay que reconocer que la empresa finlandesa es un pelín antigua, pues nació en 1865 para dedicarse a la muy honrada actividad, si bien algo alejada de sus intereses actuales, de fabricar pulpa de madera para producir papel. Tiempo después empezó a expandirse y fusionarse con unas empresas y comprar otras, hasta que terminó especializándose en la telefonía móvil.

De 1992 a 2006, el periodo de expansión de la telefonía móvil, Nokia estuvo dirigida por Jorma Ollila, que tuvo el acierto de deshacerse de prácticamente todo lo que no tuviera que ver con las telecomunicaciones, incluyendo la fabricación de PCs, televisiones o cables, que es una de las primeras cosas que hizo la empresa, después de la pulpa de madera, naturalmente. La cuarta parte de las ventas por aquel entonces las hacía en Finlandia. La experiencia de Nokia en la fabricación de móviles –llevan en esto desde 1981–, el establecimiento del estándar GSM en cuyo desarrollo participó y la explosión de la telefonía móvil –que pasó de lujo de ejecutivos a sustituto para muchos del fijo–, la llevó a multiplicar sus ventas y tener incluso problemas para responder a la demanda. Actualmente, el 40% de los teléfonos que se venden en el mundo son Nokia. Y eso son muchos teléfonos.

Sin embargo, las mejores cualidades de la empresa se han reflejado en los terminales más baratos. Han logrado construir móviles con menos partes que sus competidores, logrando además que muchas de ellas sean compartidas entre varios modelos; además, las economías de escala le permiten ofrecer mucho y muy barato. Gracias a ello, Nokia reina en las gamas baja y media. Y lo hacía en la alta, al menos cuando Ollila dejó la capitanía de la empresa.

Su sucesor llegó en 2006 y desde que salió el iPhone al año siguiente, las acciones Nokia han caído un 68%. Después de los diversos N-loquefuera, que iban a acabar todos con el iPhone y de los que nadie se acuerda, resulta difícil de creer que la compañía sea capaz de convencer a propietarios del móvil de Apple, de una Blackberry o de un Android de que los móviles finlandeses son mejores. El admirable empeño en reducir costes en el hardware no se ha visto reflejado en el software, donde se está dedicando a rediseñar su sistema operativo de toda la vida, Symbian, mientras trabaja con Intel en su sucesor, MeeGo, una suerte de Android basado en Linux. Y ha reinventado la rueda con sus servicios de mapas, venta de música, videojuegos...

El resultado: pese a vender más que nadie, lo hace en segmentos que dan pocos beneficios, así que la división de móviles de Apple ya gana más pasta que Nokia. Y el consejo le está buscando un sucesor norteamericano –¡herejía!– al pobre Olli-Pekka Kallasvuo, actual consejero delegado y responsable de los últimos desatinos de la empresa. No obstante, darla por muerta es un error. Incluso Motorola, que intentó vender su división de móviles, ahora tiene beneficios después de volcarse en Android. Quizá le ha llegado el momento a la finlandesa de reconocer que con sus muchas virtudes –como, ejem, no meter la pata con sus antenas–, hacer un buen sistema operativo para smartphones quizá exceda sus capacidades, al menos las actuales. ¿Un Nokia con Android? Ahora parece un imposible. Quizá mañana sea el camino más lógico a seguir.

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