En el reino del feminismo, como en general en el de lo políticamente correcto, las palabras son sometidas a vasallaje; en primer lugar, la palabra igualdad. Así, pareció un milagro que en la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados hubiera un hombre, Toni Cantó, que además suponía una voz discordante entre tanta conformidad con el dogma feminista. Un solo hombre en la supuesta representación nacional de la Igualdad. Ahora, las asociaciones feministas de San Sebastián se han quitado la careta al decir a las claras que no quieren hombres en el Consejo para la Igualdad del Ayuntamiento.
Resulta que, en esta España donde la Constitución prohíbe explícitamente la discriminación por sexo, hasta ahora los estatutos de ese consejo indicaban que debía estar integrado "exclusivamente por mujeres". PSOE, PP y PNV han votado una enmienda para eliminar esta restricción, que debería ser tan impensable como una que obligara a que estuviera compuesto "exclusivamente por hombres". Pero resulta que lo que quieren las feministas participantes en tal organismo es que siga estando prohibida la entrada a quienes tengan pene, ya que han montado en cólera y acusado a los tres partidos de querer "acabar con ese foro". Ojalá, visto lo visto.
Casi lo más significativo es que una de las integrantes del Consejo, la representante del sindicato de la Ertzaintza ERNE, se queja de que su negativa a borrar de los estatutos pueda interpretarse de forma "torticera", como si fuéramos, dice, "grupos radicales que no queremos la inclusión de los hombres". No, claro. El que protesten por la inclusión de los hombres no significa que no quieran la inclusión de los hombres. Cómo podemos ser tan torticeros.
Al final vamos a tener que concluir que Igualdad no es lo mismo que igualdad. Que una letra en minúscula o mayúscula lo cambia todo. Que igualdad sigue significando lo de siempre, que todos seamos tratados igual como personas que somos, al margen de otra consideración. Pero, en cambio, Igualdad en realidad significa "lo que quieran las feministas". Radicales, sí. Que odian a los hombres, sí. En cuyo caso, la verdad, habría que cerrar todos los organismos de Igualdad que hay en este país para que vuelvan a ganarse la vida honradamente, si es que a estas alturas son capaces de ello.