Cuando alguien quiere convencerte de que estamos ante una crisis global sin precedentes, su credibilidad depende en buena medida de que actúe como si se creyera que estamos ante una crisis global sin precedentes. Así que cuando un señor acude al contubernio de Davos a darnos lecciones sobre el horror que se nos avecina por culpa del cambio climático y utiliza el alcance global que tiene un discurso de agradecimiento por haber recibido un Oscar para llamar la atención sobre "la amenaza más urgente con la que se enfrenta nuestra especie", lo suyo es pedirle que, bueno, no sé, su estilo de vida sea un reflejo de la gravedad de esa amenaza.
Naturalmente, no es el caso de Leonardo DiCaprio, como tampoco lo es de los de muchos otros activistas del clima. Uno de los correos electrónicos hackeados a Sony el año pasado explicaba que el actor había hecho seis vuelos en avión privado en seis semanas. Los aviones privados son, con diferencia, el medio de transporte que más dióxido de carbono emite a la atmósfera por persona y kilómetro recorridos. Si hacemos caso a la teoría que predica DiCaprio, una persona que use un avión privado a la semana calienta mucho más el planeta de lo que nosotros, pobres mortales, podemos aspirar a hacer jamás, aunque tuviéramos un todoterreno y lo usáramos para ir a comprar al supermercado que tenemos dos manzanas más allá.
Y no, tampoco es que su costumbre de llevar a su última rubia en yate por la costa francesa sea ecológicamente lo más de lo más. Aunque peor aún fue su visita al mundial de fútbol de Brasil a bordo del Topaz, el quinto yate más grande del mundo, con dos motores diésel con una potencia combinada de 16.000 caballos. Los barcos que le gustan a DiCaprio queman unos centenares de litros de combustible... a la hora, lo cual no impide al concienciado Leo utilizarlos con fruición.
El Topaz, en concreto, es propiedad de Mansour bin Zayed Al-Nahyan, amigo suyo y uno de los más importantes miembros de la familia que gobierna los Emiratos Árabes Unidos, que como todo el mundo sabe debe su riqueza a las energías renovables. El jeque posee un tercio de las acciones de Virgin Galactic, empresa que pretende ganar dinero mediante los viajes turísticos al espacio y que, como pueden imaginar, consume cantidades ingentes de combustible fósil en cada viaje que no acaba en una explosión. Pese a ello su fundador y principal accionista, Richard Branson, es también un gran propagandista de la cosa del calentamiento global. ¿Y saben quién está apuntado para ser uno de los primeros clientes? Un amiguete común. El señor DiCaprio.
El actor ha asegurado en la gala de los Oscar que debemos "trabajar colectivamente" en resolver el problema, pero parece claro que ese colectivo le incluye a usted y a mí, no a él. También afirma que en el año 2015 "se ha registrado la temperatura más alta de la historia". Bueno, no. Lo que quizá quería decir es la temperatura más alta desde que tenemos registros, que en un planeta con millones de años de historia sólo son un par de siglos, y que son las cifras ofrecidas por el discutido masaje matemático que se hace con las discutibles estaciones meteorológicas en tierra. Los datos de satélite, menos susceptibles a la manipulación, no corroboran ese supuesto récord.
Las afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias. Y si Leonardo DiCaprio quiere convencernos de que estamos ante la amenaza más urgente con la que se enfrenta la humanidad, debería vivir una vida acorde, o deberemos concluir que quizá el de activista climático no es más que otro papel del actor. Uno que merecería otro Oscar.