Vivimos años de ofensiva contra la radiación. Una vez metido el miedo en el cuerpo con la que realmente afecta a nuestro organismo, como la producida por las reacciones nucleares, los engañabobos ecologistas se han metido a saco contra las radiaciones no ionizantes, que no tienen efectos sobre la salud porque no producen efectos sobre la materia. Todo lo más, pueden producir efectos térmicos, es decir, calentar, aunque es necesaria mucha potencia en la antena transmisora para que nos pueda hacer daño.
Dicho esto, es natural que se realicen estudios sobre los posibles problemas que puedan producir, por ejemplo, las antenas de telefonía y los móviles. Lo normal en estos casos es hacer estudios epidemiológicos, es decir, buscar correlaciones estadísticas entre el uso del móvil o la cercanía a una antena y una mayor o menor incidencia de algún tipo de enfermedad. Si se encuentra habría que dar el siguiente paso, que es averiguar si es casualidad o si realmente existe un mecanismo completamente desconocido que permite a este tipo de radiaciones.
Muchos grupos ecologistas promueven el miedo a las antenas de telefonía –cuyas emisiones son bastante menos potentes que, por ejemplo, una emisora de FM– y algunos incluso se han apuntado al bluf de la hipersensibilidad electromagnética, que presupone una suerte de alergia a las emisiones de telefonía móvil y otros aparatos, y que no es más que una variación del síndrome de intolerancia química múltiple.
En ambos casos, se da una supuesta alergia a lo artificial. Y en ambos casos los estudios han mostrado que los pacientes muestran los mismos síntomas ante un placebo que ante la causa que alegan les causa la enfermedad. Por ejemplo, con los afectados por la hipersensibilidad electromagnética, los pacientes padecían los mismos síntomas cuando tenían cerca un móvil de pega. Sin embargo, si se les ponía cerca de, por ejemplo, una antena de telefonía bien potente, no presentaban ningún problema siempre y cuando no supieran que estaba ahí.
Parece, en definitiva, que es una dolencia psicosomática. Y como en el caso de las antenas de telefonía, es mucho más probable que se presente si se cree que tal enfermedad es posible. Así que flaco favor le hacen a la sociedad reportajes acríticos como los realizados con el caso de Minerva Palomar, que ha logrado que se le reconozca la baja laboral por este mal. Los síntomas de las enfermedades psicosomáticas son tan reales como los que más, pero no estaría de más recordar que no los provoca ninguna de las cosas que nos hacen más fácil y productiva la vida, sino el miedo a estas tecnologías. Que se pasa primero por pedir bajas laborales y se termina exigiendo que el resto de los ciudadanos perdamos libertad y calidad de vida por una causa falsa.