No sé si recuerdan que hace muy poco tiempo teníamos distintos aparatos para hablar por teléfono, escuchar música, orientarnos, despertarnos por la mañana, jugar, oír la radio, hacer cálculos, sacar fotos, consultar la hora o gestionar nuestro día a día. Algunos aún empleamos más de un cacharro para hacer todas estas tareas. Pero, poco a poco, estamos abandonándolos a favor del gadget definitivo: el smartphone.
No todos los móviles de última generación disponen de todas estas funciones. Por ejemplo, el iPhone, que sin duda es el abanderado y el espejo en el que todos se miran, no incluye radio pese a que entre sus chips hay uno capaz de realizar dicha función. Pero parece claro que la tendencia es unir todas las funciones posibles en el aparato que más imprescindible nos resulta en nuestro día a día como es el teléfono móvil.
Naturalmente, eso no significa que pasado mañana vayamos a abandonar todos nuestros artefactos electrónicos para limitarnos a uno. Nadie, ni siquiera Apple, parece pretenderlo. Existen algunas limitaciones en cuanto a tamaño: las leyes de la física parecen dificultar que podamos incorporar las características de las cámaras réflex en un aparato tan pequeño, pero las compactas cada vez tienen más difícil diferenciarse. Los libros electrónicos tampoco corren un gran riesgo por ahora, dada la pequeña pantalla y la aún más pequeña autonomía de los smartphones. Y evidentemente resulta más cómodo usar un teclado grande y mirar una pantalla aún más grande. Si queremos disfrutar de la música, posiblemente necesitemos unos buenos altavoces, que suelen tener cierto tamaño.
Sin embargo, parece clara una regla: todo aparato que no necesite de un gran tamaño para hacer su función o interactuar cómodamente con un ser humano va a terminar sus días como una función más de un teléfono móvil. Estos cacharros incluyen sensores capaces de detectar su posición, aceleración, posición relativa respecto al suelo o a los polos; tienen un micrófono para detectar el sonido, antenas para todo tipo de redes inalámbricas y un microprocesador que hace quince años hubiera sido la envidia de nuestros ordenadores. En cuanto comienzan a ser empleados en un número suficiente de teléfonos –y ese número puede ser 1 si hablamos de un móvil de tanto éxito como el iPhone–, el precio de estos sensores se derrumba con las economías de escala. De modo que, poco a poco, todos acaban cayendo.
El ejemplo quizá más extremo es MONAX, un proyecto con el que Lockheed pretende sustituir a las radios militares de toda la vida mediante un teléfono móvil que se introduciría en una carcasa de plástico para permitirle funcionar con las redes 3G militares seguras. El smartphone no se modificaría para abaratar costes y la carcasa costaría poco más de mil dólares. Las radios a las que pretende sustituir cuestan entre 3.000 y 18.000 pavos.
¿Qué será lo próximo en caer? Quizá los mandos a distancia. O algún gadget que aún no ha aparecido pero que no tardará en nacer... y ser engullido.