Una de las razones por las que el feminismo ha ido progresivamente perdiendo su buena prensa y convirtiéndose casi en una palabra prohibida en cualquier sitio decente ha sido su creciente apego por el lloriqueo constante por la más nimia de las razones. “Micromachismos”, lo llaman, porque incluso la más ferviente feminista sabe que haría el ridículo si lo llamara “machismo” sin más. En estos Juegos Olímpicos, de nuevo, la queja es el diferente trato que reciben hombres y mujeres, con ejemplos que las dejan en ridículo.
Así, por ejemplo, nuestras feministas protestan porque cuando Mireia Belmonte ganó el oro se publicaron reportajes sobre su novio, que además de deportista olímpico también es modelo ocasional y, oye, desde mi insulsa heterosexualidad diría que está francamente bien. Eso es machista porque si Belmonte fuera hombre no se haría, parece ser. Pero luego también se quejan cuando se hacen reportajes de, por ejemplo, las novias de los futbolistas, que también tienden a estar francamente bien, porque es puro machismo. Puedo entender que se critiquen las informaciones sobre las parejas de los deportistas, así en general. Pero hacerlo porque es machista en ambos casos es un poco ridículo. Javier Hernanz no es conocido por su participación a partir de este viernes en el equipo de K4, sino por ser el novio de Mireia. ¿Acaso hay mayor ejemplo de igualdad?
Pero no se crean que esta estupidez es propia de España. Al fin y al cabo, nuestras feministas locales jamás han tenido ni el nivel ni la capacidad de inventar nada; como una parte cada vez más amplia de la izquierda, se limitan a adaptar lo que les dictan desde Estados Unidos. Allí, por ejemplo, se ha protestado por que un periódico prefiera resaltar una plata de Phelps a un oro de Ledecky. ¡Naturalmente, sólo puede ser por machismo! No hay otra razón por la que alguien titularía por la mayor leyenda de la historia de la natación, el deportista con más medallas de la historia de los Juegos Olímpicos, en lugar de por una gran nadadora que probablemente en los próximos Juegos reciba una atención cercana a la disfrutada por Phelps en Río. Y, por supuesto, olvidémonos de quien, junto quizá al propio Phelps, se ha convertido en el mayor símbolo de estos Juegos, la gimnasta Simone Biles, no sea que estropee la narrativa.
Con la excepción de Nadal, que es nuestro Phelps particular, no se ha visto diferencia de trato en medios y redes sociales a nuestros olímpicos fuera de los debidos a lo estrictamente deportivo. La atención y los aplausos se han dirigido a cualquiera que tuviera posibilidad de medalla, fuera hombre o mujer. Y eso es un problema para las feministas, porque indica que no hay problema ni nada por lo que protestar, que es de lo que viven. Así que hay que forzarlo sea como sea. Mientras tanto, aplaudirán a rabiar a la esgrimista Ibtihaj Muhammad, que pese a ser sus primeros Juegos a sus 30 años y no haber destacado jamás por su desempeño individual sino por sus éxitos en equipo estuvo a punto de ser la abanderada americana por el único hecho de ser mujer, negra, musulmana y competir con velo. Porque las cadenas, si son islámicas, sí están bien.