Como desgraciadamente cabía prever, el movimiento surgido de la revelación al público de que Harvey Weinstein llevaba décadas abusando de actrices ha derivado en muchos casos en una pura y dura "caza de brujas", como ha denunciado Liam Neeson. "Hay algunas personas famosas que, de pronto, han sido acusadas de tocar la rodilla de alguna chica, y de forma repentina han perdido sus programas". Es cierto que siguen produciéndose denuncias sustanciosas, como la de la actriz Eliza Dushku, que con doce años interpretó a la hija de Arnold Schwarzenegger en Mentiras arriesgadas y que sufrió abusos por parte de un coordinador de escenas de riesgo que entonces tenía 36, y de quien dependía literalmente su vida en algunos momentos del rodaje. Pero también hay denuncias ridículas, como la que ha pretendido poner en la picota a Aziz Ansari, cómico conocido por sus papeles en Parks & Recreation y Master of None.
Que se hayan publicado artículos en medios tan poco sospechosos como The New York Times o The Washington Post criticando el relato debería darnos una pista de por dónde van los tiros. "Aziz Ansari es culpable... de no leer la mente". "Lo que ella y la escritora que ha contado su historia han hecho son 3.000 palabras de porno vengativo". Quizá por eso el relato de Grace, el nombre bajo el que se esconde una fotógrafa de 23 años de edad, fue publicado en una web de tercera fila llamada babe.net y no en algún medio importante. El relato es muy explícito, y nadie ha puesto en duda –tampoco el propio Ansari– que lo que se cuenta en él es cierto. Pero lo que pretendía convertirse en una denuncia más de las muchas que están acabando con la carrera de muchos hombres ha resultado un bumerán.
"Tuve una cita con Aziz Ansari y se convirtió en la peor noche de mi vida", se titula la pieza. ¿Cómo no pinchar? En ella Grace cuenta cómo se conocieron en una fiesta en la que conectaron por su mutua afición a emplear cámaras analógicas de los años 80. Tontearon vía móvil y tuvieron una cita poco después. Quedaron en casa de él, donde tomaron una copa y salieron a cenar a un restaurante cercano, para volver no mucho después a la casa del actor, que no perdió el tiempo y empezó a besar, tocar y desnudar a su acompañante. Ella le pidió que fuera con calma, de modo que él pasó al sexo oral y ella le correspondió. La cosa siguió por esa línea, sin que Grace dijera que no quería proseguir pese a que no quería proseguir, aunque dando "pistas no verbales" de sus sentimientos; hasta que finalmente –¡finalmente!– le dijo explícitamente que no quería pasar a mayores. Pararon y poco después él volvió a intentarlo. Grace le dijo que no de nuevo. Y Ansari volvió a parar, se vistieron y vieron un capítulo de Seinfeld. Después ella quiso irse y él insistió en pedirle un Uber. A la mañana siguiente Ansari envió un mensaje a Grace y ésta contestó diciéndole, por primera vez, lo mal que se había sentido esa noche, y le echó en cara que "tenía que haberse dado cuenta de que se sentía incómoda". Él se disculpó y dijo que nunca fue su intención molestarla.
El problema es que, si uno lee ese relato y se pone en la piel del actor, no hay por dónde cogerlo. Grace lo considera un abuso sexual, cuando no una violación, pero cada vez que le dijo que no, Ansari paró, la primera con la intención de volver a intentarlo unos minutos más tarde y la segunda de forma definitiva. No trabajan en el mismo sector ni él tiene ningún poder ni influencia sobre la carrera de ella, así que tampoco es acoso. Grace asegura que le dio muchas pistas, verbales y no verbales, pero ¿a qué se creía que le iba a dar más peso casi cualquier hombre, a unas pistas o al hecho de que le hizo una mamada... dos veces? ¿Cómo puede nadie poner esto en el mismo saco que lo de Duskhu o lo de todas aquellas que sufrieron a Weinstein y a otros monstruos similares?
No me cabe duda de que Grace hizo cosas que no quería hacer. Se sentía atraída, aunque es difícil decir si por la persona o por el personaje. Posiblemente sintió miedo, vergüenza y hasta algo de culpabilidad, y fue incapaz de decir que no. Pero lo cierto es que la libertad conlleva responsabilidad. Una feminista de verdad, de las de antes, como Camille Paglia, lo tiene claro: ella luchó en los 60 contra la obligación que tenía la universidad de sustituir a sus padres a la hora de vigilarla y protegerla; quería libertad, y sabía que eso implicaba asumir la responsabilidad de protegerse sola. Si tenemos libertad para acostarnos con quien queramos y cuando queramos pero no asumimos la responsabilidad de decir que no cuando no queramos hacerlo, nos arriesgamos a tener citas tan desagradables como la de Grace y Ansari. La alternativa es clara. Podemos volver a asumir que las mujeres por defecto no quieren tener sexo hasta el matrimonio, a que las citas se hagan con carabina y a que las excepciones a esta regla sean eso, excepciones. Empieza a parecer que ese es el destino al que nos quiere encaminar el nuevo puritanismo feminista.