Aquella celebrada cantinela de Rajoy en el debate contra Rubalcaba, la que inició con la frase "Yo no soy como usted" y acabó con "Yo lo que no llevo en mi programa no lo hago", no me pareció, entonces, merecedora de aplauso. Reprochar a los socialistas que hicieran cosas que no llevaban en su programa, tales como bajar el sueldo de los funcionarios, eliminar el cheque bebé, subir el IVA o congelar las pensiones, equivalía a reprocharles lo único medianamente sensato que habían hecho. Era censurarles que, por una vez, salieran de esa isla de Jauja donde el dinero cuelga de los árboles y no hay que ocuparse de las cuentas. Incluso la regla que instituía el líder del PP de no hacer nada fuera del programa era un dogma de tres al cuarto. Un gobernante ha de pactar con la realidad. Si es preciso tiene que desbordar los límites del compromiso que ha adquirido con los votantes. Aunque el caso de Rajoy es otro y distinto. Ha hecho aquello que aseguró que no haría.
La subida de impuestos y la reducción del gasto público aprobados por el Gobierno habrán de evaluarse en atención a su necesidad y a su eficacia. Yo no dudo de que sean imperativos. Pero la conducta política ha de responder a exigencias de otro orden. Confianza y credibilidad eran los mantras del Partido Popular. Y el estado de la herencia recibida es débil amparo para una vulneración del compromiso electoral tan flagrante. Aunque no sólo del electoral propiamente. Desde mayo de 2010, cuando Zapatero bajó de las nubes que ahora va a inspeccionar más de cerca, cuántos notables del PP se travistieron en chavistas de traje y corbata para recriminar el "mayor recorte social de la democracia", en liberales de guardarropía que se espantaban ante cualquier alza de impuestos y en patriotas sublevados por la sumisión al Diktat de potencias extranjeras.
En la oposición alimentaron un caudal populista que encontró respaldo en quienes creen que el fin –ganar las elecciones– justifica los medios –la demagogia–. Pero hoy aquel caudal corre contra las decisiones que, sí o sí, han de tomar en el Gobierno, entre otras razones porque España pertenece al club del euro. Corre, desde luego, entre los votantes, a los que no han considerado dignos de recibir la explicación debida sobre tal mudanza de opinión. O sea, la clamorosa incomparecencia de Rajoy el día de autos.