Hay que pensárselo dos veces antes de opinar con el viento a favor. De hacer leña del árbol caído y todo eso. Pero en este caso, que es el caso de UPyD, una tiene escrito algún aviso previo. De cuando aún no suscitaba gran atención el trato que allí se dispensaba a los afiliados disconformes con un funcionamiento interno dudosamente democrático. Por entonces, de eso hace ya más de un lustro, muchos de aquellos militantes fueron expedientados, otros muchos se marcharon, y algunos fueron tildados de "batasunos" por cuestionar las normas de la dirección. Ahí está la hemeroteca para el que se haya perdido ese pasado de un partido que pretendía ser diferente a los tradicionales: a los "viejos partidos", como veo que sigue llamándolos Rosa Díez.
Cuanto ha sucedido en UPyD desde que sus malos resultados electorales en Andalucía provocan una rebelión a bordo no debería ser, por tanto, una sorpresa. Si acaso, la sorpresa es que algunos miembros de la dirección, hasta ahora perfectamente alineados con la estrategia del partido, pidan la cabeza del líder para salvar la propia. Pero esta tanda de abandonos, expedientes y expulsiones es sólo un episodio más de una trayectoria que se remonta prácticamente a los orígenes. Pocos partidos españoles, nuevos o viejos, pueden presentar un historial de purgas tan abultado. Y, sin embargo, ese historial no lastró a UPyD hasta que sucedió lo de Sosa Wagner. Que sucedió, obviamente, porque la manera en que se trató al eurodiputado era la manera en que se venía tratando a los discrepantes.
Hasta lo de Sosa, con la carta-invectiva de Irene Lozano y el proceso moscovita al que se le sometió, aquellas maneras no habían tenido consecuencias políticas. Pero un factor lo había cambiado todo: el nuevo intento de acercamiento de Ciudadanos. La dirección del partido de Rosa Díez reaccionó a la propuesta en concordancia con sus usos y costumbres. Cierre en banda. Somos muy diferentes. C’s no es un partido nacional. No vamos a hacer lo que otros nos dicen que tenemos que hacer. El problema es que no era una conjura de C’s, las empresas del Ibex 35 y algunos medios y personalidades relevantes la que presionaba por la aproximación entre dos partidos con ciertas semejanzas. La aconsejaba el nuevo mapa político que se dibujaba cada vez con mayor nitidez.
No lo vieron. Puede que ya no pudieran verlo. Un partido, y más un partido pequeño, y más un partido que se ha hecho más pequeño expulsando a los críticos, reduce el campo de visión. Dieron la impresión de que iban a la negociación con C’s, si negociación puede llamarse, con el "no" por delante. Quizá con la misma disposición que llevaban, años atrás, para negociar con Patxi López cuando ganó las elecciones en el País Vasco. Lo contaba recientemente Mikel Buesa, otro notable ex de UPyD, en una entrevista en la radio: Rosa Díez dijo entonces en el consejo de dirección que le pondría a López unas condiciones "que no tendría más remedio que rechazar". Lo de UPyD no ha sido nueva ni vieja política, dicotomía engañosa donde las haya. Ha sido simplemente mala política.