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Cristina Losada

Un minuto vergonzoso

¿Qué ha hecho el Gobierno de España durante los 85 días de huelga de hambre de un albañil cuyo único delito era pedir democracia? Díganlo.

Tras un silencio tan deliberado como infame, el presidente del Gobierno ha dedicado un minuto al martirio del preso político cubano Orlando Zapata. Un minuto que le ha arrancado, a todas luces, el escándalo causado por su decisión de no referirse a la última víctima mortal de la dictadura castrista en la sala de los Derechos Humanos de la ONU. Allí, bajo la cúpula de Barceló sufragada por España, Zapatero hizo lo que quería hacer: evitar cualquier pronunciamiento desfavorable hacia un régimen que, no importan sus crímenes, continúa siendo un icono para la generalidad del progresismo. El mito de la Revolución hace ciegos voluntarios y hasta gozosos. ¿Oponerse a las dictaduras? Nunca a las nuestras.

Los sesenta segundos, y ni uno más, del presidente le han concedido titulares inciertos, pues no ha reclamado Zapatero, como dicen, la libertad de los presos políticos cubanos. Amparado en un plural mayestático, escondido tras las faldas europeas, afirmó que la "debemos exigir", que no es lo mismo. Y su ministro de Exteriores procedió a idéntica maniobra en una reunión de la UE, cuando transformó la propuesta de suscribir una condena en el deseo de llegar a una "posición común sobre los acontecimientos que lamentablemente se vivieron ayer en Cuba". Se guarda bien Moratinos de llamar al crimen por su nombre. Para él, es un mero acontecimiento, lamentable, como mucho, igual que un accidente.

Una impresionante, por bochornosa, nota del Congreso manifestaba el apoyo a unas "gestiones realizadas por todas las instancias políticas" a favor de los presos de conciencia cubanos. ¿Gestiones? Se sabe que Estados Unidos pidió que se le prestara a Orlando Zapata la atención médica necesaria. ¿Qué ha hecho el Gobierno de España durante los 85 días de huelga de hambre de un albañil cuyo único delito era pedir democracia? Díganlo, a fin de que se pueda evaluar esa política suya de colaboración, diálogo y buen rollo con la dictadura comunista.

Más notorio es lo que no se ha hecho una vez consumada la iniquidad. Ni el PSOE ni ninguno de sus amigos, tan activistas ellos, han convocado las manifestaciones, vigilias y encierros a las que se muestran más que dispuestos cuando se trata de sus causas. Pero la causa de los disidentes del comunismo no es –no ha sido nunca– la suya. Para ellos, sólo silencio, cuando no insultos. Razón tenía Revel cuando escribió que el Muro había caído en Berlín, pero no en las conciencias.

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