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Cristina Losada

De 'Invictus' a atrincherado

Es fácil entender que Pedro Sánchez y su equipo quisieran cargarse a Tomás Gómez. Este hombre era un seguro para perder.

Es fácil entender que Pedro Sánchez y su equipo quisieran cargarse a Tomás Gómez. Este hombre era un seguro para perder.

Esto de la democracia interna es fantástico. Como acaba de mostrar el PSOE, que se autoproclamó ejemplar en la tarea de la democratización partidaria, un dirigente puede entrar por la puerta grande de las primarias, aunque sean de pega, y salir por la ventana de una buena patada de la dirección central. La lección para imberbes es impagable. El invento de las primarias está muy bien cuando sale bien, vaya obviedad, pero cuando sale mal no hay nada como el viejo procedimiento de siempre para desfazer el entuerto de las bases. Precisemos: Gómez ganó unas primarias más o menos de verdad en 2010 frente a Trinidad Jiménez, y cuatro años después ganó por incomparecencia del contrario. Se negó a hacer primarias abiertas, las circunscribió a la menguada militancia y sólo él obtuvo los avales necesarios para presentarse.

Es fácil entender que Pedro Sánchez y su equipo quisieran cargarse a Tomás Gómez. Este hombre era un seguro para perder, y no en una comunidad autónoma de las que pasan desapercibidas, sino en Madrid, que es un gran escaparate y marca tendencia. Un escaparate que el próximo mayo puede exhibir el retroceso más sangrante de cuantos ha venido sufriendo el PSOE. En 2007, con Rafael Simancas, obtuvo en las autonómicas el 33,57 por ciento de los votos. Cuatro años después, con Gómez, la porción del pastel bajó al 26,27 por ciento, ¡y entonces no existía un Podemos que mordiera en la base electoral socialista! Cierto que no se le pueden achacar a Invictus los malos resultados del partido en Madrid en las generales y en las europeas, pero tampoco es posible desligar por completo una cosa de la otra. Si las europeas fueron un indicio, lo fueron pésimo: en Madrid no llegó el PSOE al 19 por ciento.

Se comprende que en Ferraz estuvieran de los nervios con Gómez, como se comprende que Gómez se sintiera muy cómodo en el Ministerio de la Oposición, incluso con la amenaza de ver seriamente reducidos los puestos a repartir, que es el incentivo que mantiene prietas las filas partidarias. Pero algo es menos que nada, y nada es lo que habrá para Gómez y los suyos después del hachazo de la dirección federal. De modo que han decidido atrincherarse y plantar batalla, que es una empresa en la que tienen experiencia. Atrincherarse es lo que han hecho desde que se comprobó que Gómez no daba la talla en las urnas. Porque para eso sirven también las primarias: para consolidar a un equipo perdedor. Todo lo que pierde en votos y en militancia lo gana en poder interno. Ahora Gómez puede escudarse en una legitimidad democrática, brutalmente pisoteada por la ejecutiva federal.

Sánchez quería sacar del escaparate a un maniquí que disuadía a la clientela, pero ha tenido que usar una bomba para hacerlo. Ha sido una bomba clásica de la guerra de aparatos, con campaña de desprestigio y portadas de periódico como detonante. Habrá daños colaterales.

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