El nacionalismo escocés ha presentado su libro blanco de la independencia, y es tan blanco que es pura Navidad. Los adultos saben que no se puede tener todo lo que se quiere y que obtener ciertas cosas obliga a renunciar a otras. Hasta lo saben los niños que van entrando en razón. Esas limitaciones de la vida terrenal las aparta el nacionalismo de un plumazo. En este caso, de un plumazo de 670 páginas, que viene a prometer a los escoceses el premio extraordinario de la lotería si votan por la separación en el referéndum de 2014. Les promete que tendrán todo cuanto desean sin renunciar prácticamente a nada de lo que tenían.
Cuando uno, pobre escéptico, deja de creer en Papá Noel, ahí llegan los nacionalistas con su trineo cargado para que no falte de nada y, sobre todo, para que no se eche nada en falta. Los de Alex Salmond descienden al detalle más cotidiano y prosaico a fin de asegurar que no habrá, en realidad, grandes cambios con la independencia. No, hombre, no. Se quedarán con la libra esterlina y con la Reina, igual que ahora. Estarán en la OTAN, aunque expulsen a los submarinos británicos de las bases escocesas. Serán miembros de pleno derecho de la UE, porque yo lo valgo. Y, muy importante, podrán seguir disfrutando de las series de la tele británica.
Ya respirarán tranquilos los que anduvieran preocupados por la eventualidad de que se les privara de nuevos capítulos de East Enders y Doctor Who, y del concurso Strictly come dancing (¡Mira quién baila!). El libro blanco garantiza expresamente al televidente escocés que la separación del Reino Unido no le dejará sin sus programas favoritos. Nada hay más impopular, Salmond lo sabe, que perturbar los hábitos televisivos. De modo que estrenar Estado, sí, pero la tele que sea la de toda la vida.
Naturalmente, habrá más ingresos, menos impuestos y más prestaciones sociales, porque la Escocia independiente tendrá lo mejor de los dos mundos. Las ventajas de estar dentro y las de estar fuera. You can't have your cake and eat it, es el dicho anglojasón: no te puedes comer el pastel y tenerlo al mismo tiempo. El nacionalismo escocés dice que sí, que se puede, y en esto no se diferencia nada del catalán, que está armando un libro del butifarréndum que hará parecer realista ¡y breve! la ficción escocesa. Me apuesto un chelín a que van a garantizar que en una Cataluña independiente, el Barça jugará la Liga y la ganará siempre.
Declamaba Salmond, orgulloso, en la presentación del documento en Glasgow que era "el proyecto para un país independiente más completo que se haya publicado nunca, no sólo para Escocia, sino para cualquier nación que aspira a la independencia". Hace doscientos años, De Maistre tildó de imbéciles a quienes creyeran que una nación se constituye con un poco de tinta. Los nacionalistas escoceses –sus homólogos catalanes están en ello– han presentado una prueba gráfica de la lucidez de aquel aserto: cuanto menos nación, más tinta necesitan.