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Cristina Losada

Tenemos mucho miedo

Los atentados de París han sido un test para los partidos políticos españoles. Pocos lo han pasado.

Los atentados de París han sido un test para los partidos políticos españoles. Pocos lo han pasado.
EFE

Los atentados de París han sido un test para los partidos políticos españoles. Pocos lo han pasado. Puestos por las circunstancias en el dilema de hacer frente al terrorismo yihadista o hacer campaña electoral, la mayoría optó por lo segundo. La situación requería manifestarse acerca de la estrategia para combatir al ISIS tanto sobre el terreno, esto es, en Irak y en Siria, como en Europa, ante la radicalización islamista que está nutriendo desde hace tiempo las filas de la yihad. Sobre todo, requería como mínimo una toma de posición clara: ¿estamos por cooperar con Francia en aquello que sea necesario para combatir el terrorismo islamista que la ha golpeado o no?

Pues va a ser que no. El primero que dijo que no fue el Gobierno de España. Para empeorar las cosas, antes dijo que sí. Conviene recordar la secuencia de esta retirada preventiva. El jueves, según informaciones periodísticas, el Gobierno estudiaba reforzar los contingentes militares que España tiene en Mali y en la República Centroafricana. El ministro de Exteriores prácticamente confirmó la información durante una entrevista esa misma noche en un canal de televisión. El propósito de aumentar las tropas españolas en la región africana era contribuir más a la lucha contra grupos yihadistas en el Sahel, y relevar así parcialmente al ejército francés desplegado en la zona para que pudiera concentrarse en el ISIS.

Era una señal de cooperación con Francia después de la masacre parisina, y una señal de que España no se iba a quedar atrás en los esfuerzos internacionales por acabar o reducir, al menos, la amenaza yihadista. Las dos señales se apagaron horas después, y de la peor manera posible. El viernes, terroristas de una filial de Al Qaeda asaltaron un hotel en Bamako, la capital maliense, tomaron rehenes y asesinaron a una veintena de ellos. En cuanto se difundió la noticia, el Gobierno de España se dio una prisa loca por desmentir que fuera a proponer el despliegue de más tropas en Mali y en la zona. "Francia no nos ha pedido nada", fue la muletilla vergonzante. Como si hiciera falta, tras lo sucedido, que Francia nos pidiera algo: en casos así, uno se ofrece.

Para contar toda la historia, hay que decir que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, no estaba por la labor de aumentar el despliegue en Mali. Eso ya antes del asalto al hotel. Después, para qué preguntar. Naturalmente, el Gobierno se ha cubierto con otra hoja de parra: no quiere, dice, dividir la unidad de partidos que pretende lograr para hacer frente al terrorismo yihadista. La excusa no es sólo endeble: es risible. En especial, si esa unidad de partidos empieza y acaba en el llamado pacto antiyihadista, suscrito por PP y PSOE después del atentado contra Charlie Hebdo. Ese pacto es básicamente una cáscara vacía. Nada con sifón.

Reforzar las tropas en Mali, donde ahora hay 117 soldados, o en la República Centroafricana, donde hay 22, no parece una acción desmedida ni lo es. No se trata de hacer ninguna machada. Se trata de cooperar con un aliado y de hacerlo, además, porque también redunda en nuestro propio interés. Si el Gobierno decidió no hacerlo después del asalto en Bamako fue por puro interés electoral. Por nada del mundo quiere arriesgarse a que en plena campaña del 20-D unos soldados españoles en África sean atacados por terroristas yihadistas y el electorado, siempre tan firme contra el terror, se pregunte por qué demonios estamos poniendo en peligro la vida de españoles sólo, sólo porque Francia sufrió una masacre. ¡Que se las arreglen los franceses! ¡Vamos nosotros a meternos en líos! ¡No repitamos la foto de las Azores! Sí, hay gente en España que cree que el terrorismo islámico nació el día en que Bush, Blair y Aznar decidieron invadir Irak.

Tal vez el más claro exponente de esta priorización de la campaña electoral sobre la campaña contra el terrorismo fue, involuntariamente, Pablo Iglesias Turrión. No ya por su peculiar noción de un ejército que no debe hacer nunca nada que ponga en riesgo la vida de un militar. No por eso, sino por esto: sostuvo que las decisiones de Hollande después de los atentados de París están movidas por su "pánico al Frente Nacional", por el temor a que ese partido pueda ganar las elecciones. El grado de mezquindad y cortoplacismo que Iglesias Turrión le atribuye a Hollande es lo que en términos freudianos llamaríamos una proyección. Se estaba retratando a sí mismo. Lo único que le preocupa a Iglesias Turrión son los resultados electorales. Lo malo es que en esa actitud no está solo, sino muy acompañado. Para empezar, por el partido del Gobierno.

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