Hay un artículo de Orwell dedicado a exponer el estado de la cuestión del fascismo. Es de 1944, por lo que el asunto estaba fresco, aunque no por ello claro. Orwell escribe de la enorme imprecisión con la que se aplicaba el término en su época, imprecisión que llegaba a "desatino" en el uso coloquial. Así, dice, había oído llamar fascistas
a los agricultores, a los tenderos, al Crédito Social [una doctrina económico-social surgida en los años 1920], al castigo físico, a la caza del zorro, a las corridas de toros, al Comité de 1922, al Comité de 1941, a Kipling, a Gandhi, a Chiang Kai-shek, a los homosexuales, a los programas de radio de Priestley, a los albergues juveniles, a la astrología, a las mujeres, a los perros y a no sé cuantas cosas más.
Orwell acababa proponiendo que, en vista de que el uso había despojado de significado al término fascismo, "todo lo que uno puede hacer por el momento es emplear la palabra con cierta prudencia y no, como se suele hacer, rebajarla al nivel de un taco". Obvio es que el consejo del autor de Homenaje a Cataluña ha caído en saco roto en España, donde hace tiempo que fascista carece de otra sustancia que la del insulto. Es, no obstante, un insulto político con una peculiaridad: dice mucho más de quien lo emplea –y para qué– que de quien lo recibe.
No sé si Iglesias Turrión ha leído eso de Orwell, ni sé tampoco si el prófugo Puigdemont lee, pero es interesante que ambos coincidan en ver franquistas y fascistas donde no los hay, y no los vean donde puede haberlos. Hasta cierto punto es natural esa coincidencia, pues tanto para los separatistas catalanes como para los de Iglesias España es franquista o fascista, según tengan el día. De hecho, esa alucinación compartida es la que ha llevado a convertirse en compañeros de viaje a dos elementos en teoría tan dispares como la derecha separatista catalana y el izquierdismo infantil podemita.
En teoría. En la práctica, los podemitas necesitan al separatismo catalán, y lo necesitan más de lo que el separatismo catalán necesita a los podemitas. Incluso la autocrítica que les hizo Iglesias a los separatistas, diciendo que habían despertado el fantasma del fascismo, obedece a esa imperiosa necesidad. No explicó Pablo dónde veía el fascismo, porque si lo explicara aún sonaría menos creíble, pero donde ciertamente ve peligro, un peligro inminente, es en la espontánea reacción de muchos españoles contra el separatismo catalán.
El peligro que ha visto Pablo de cerca, al ver tantas banderas españolas, también en Cataluña, y tanta gente manifestándose por una España unida, sobre todo en Cataluña, es el peligro de quedarse sin clientela. Su manera de conjurar ese peligro, sin dejar de abrazarse al separatismo catalán, es meter en el saco fascista a todos los que están en contra de los separatistas. Y no piensen los del PSOE que están a salvo. De momento, Iglesias sólo lamenta que hagan piña con PP y C’s, pero un día de estos dirá que son "socialfascistas". Como en los viejos tiempos. Los que tan magistralmente retrató Orwell.