Dos asociaciones, ambas radicadas en Cataluña, y subvencionadas por su Gobierno, pueden preparar tranquilas su próxima demostración de incivilidad y patanería. Un juez de la Audiencia Nacional ha decidido que la libertad de expresión les ampara. Organizar una pitada contra España en un estadio de fútbol no injuria ni ultraja y mucho menos propugna (sic) el odio nacional. Así dice el juez Santiago Pedraz, un firme partidario de la intervención mínima frente a quienes se guían por el principio de la agresión máxima. Y con motivo. Cuanto más agreden –no sólo verbalmente– mejor les va.
Por razones que a estas alturas han debido de quedar obsoletas, el Código Penal incluye un título de Delitos contra la Constitución cuyo Capítulo VI se refiere a los ultrajes a España. Consta de un solo artículo, el 543, que dice: "Las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses". El himno es símbolo de España, pero abuchearlo ante miles de aficionados y millones de telespectadores no ofende. Manos blancas las de los secesionistas groseros. ¿Qué será ofensa y ultraje? Chi lo sa?
El caso es que lo intuimos. Una pitada monumental al himno o la bandera de cualquier nacionalidad histórica e histérica, y hasta de cualquier autonomía que se precie, sería ofensa, ultraje, injuria y desprecio, síntoma de peligrosas fobias e incitación al genocidio cultural. Habría indignadas protestas y exigencias de desagravio y castigo ejemplar. Y un juez Pedraz de turno asentiría. Es cuestión de sensibilidad. De sentir cuáles son las corrientes políticas hegemónicas y nunca oponerse a ellas. Por eso se intuye también que su permiso para ultrajar es selectivo: a España que le den, pero cuidadito con herir los sentimientos del nacionalismo, tan frágiles.
Bien mirado, los cafres de la pitada han de sentirse ofendidos. Si no provocan el odio es que en su pitada contra España había cariño. A cambio pueden vanagloriarse de haber cortado varias cabezas. Pues los únicos sancionados por el incidente serán el jefe de Deportes de TVE y otros miembros del equipo que, ¡horror!, vulneraron el derecho de los gamberros a ser oídos con claridad por todos.