El presidente Obama pronunció esta semana su discurso del Estado de la Unión ante el Congreso. Era la última ocasión, anotaban en la prensa norteamericana, en que contaría con una audiencia tan amplia. El año próximo será año electoral, y Obama, que habla con frecuencia de pasar página, será entonces una página pasada. Una página cuyo párrafo más notable será el que relate que Estados Unidos, bajo su mandato, logró salir de la crisis económica y evitar una caída prolongada en el abismo de la recesión. No es poca cosa, pero tampoco es mucho más lo que se espera de un buen gestor. Ocurre, sin embargo, que a Obama se le atribuyeron capacidades milagrosas. Era el hombre que iba a cambiar el mundo.
Era el hombre que iba a cambiar el mundo, Barack Obama. Puede que el mundo no lo tuviera muy claro y él tampoco, pero aquí en España sobraba claridad al respecto. Recuérdese la euforia que desató entre nuestros socialistas su triunfo en las elecciones a la presidencia norteamericana en noviembre de 2008. Cierto que él mismo alimentó, como hábil político, las enormes expectativas que suscitó su elección, y que hubo una gran ola internacional cuando aquello. Hasta le dieron el premio Nobel de la Paz cuando aún no llevaba un año en la Casa Blanca. Pero no sé de nadie que tuviera tanto empeño como el entonces presidente Zapatero en asociarse al brillo que irradiaba en su estreno el primer presidente afroamericano de Estados Unidos.
Alguna de sus ministras, hoy piadosamente olvidadas, se hizo todavía más famosa hablando de la conjunción planetaria que representaban Obama allá y Zapatero aquí. Porque en realidad eran dos los hombres que iban a cambiar el mundo. Dos progresistas, naturalmente. Para mostrar que había un intenso vínculo político entre ellos los asesores de Zapatero resaltaron que ambos tenían dos hijas, afición al baloncesto y el mismo signo del zodíaco. No, el socialismo que decía ser científico era el otro.
Las vidas paralelas de Obama y Zapatero fueron una invención de los spin doctors del expresidente español, pero me temo que había en esa fabricación algo más que un vulgar aprovechamiento del carisma de otro. Aunque ahora Zapatero sea una página borrada, él tuvo la ambición de legar una página imborrable. Y hasta cierto punto lo hizo. No como buen gestor y reformista, que es lo que ha terminado por ser Obama en el mejor de los casos, sino como aprendiz de brujo. Tal vez todo obedeció a su hambre de carisma, ese carisma que acompaña a los que van de grandes transformadores hasta que se contempla la ruina en que acaba la gran transformación. No extrañe que el expresidente pueda pensar que ha encontrado un alma gemela en Pablo Iglesias.