Puestos a especular sobre los resultados de las elecciones en Galicia, no hay que descartar de antemano las hipótesis más temerarias, esto es, aquellas que parten de la premisa de que en ellas se dirimía el gobierno autonómico gallego y no otra cosa, y que la mayoría del electorado votó desde ese presupuesto. Así visto, el triunfo del Partido Popular guarda especial relación con el amplio e intenso deseo de poner fin a las aventuras del dúo Quintana-Touriño, que en tres años y unos meses ha demostrado con creces hasta dónde podía llegar si se le daba juego. Pues es posible que no se sepa con certeza si un gallego sube o baja de una escalera, pero cuando alguien se encuentra en la escalerilla del yate de un constructor millonario, todo el mundo sabe qué hace y hacia dónde se dirige.
Un acabado Touriño atribuye su debacle a los periódicos que difundieron tales compañías y cuales despilfarros. Como si pudiera haber sido muy otra su suerte en el caso de que toda la prensa hubiera silenciado esos abusos. Pero los Audis y los despachos, los secuestros de jubilados y las excursiones en velero sólo han puesto la guinda a un pastel que ha resultado indigerible en Galicia. El experimento de ingeniería política y social forzado por el bipartito, a imitación de sus mayores en Cataluña y el País Vasco, ha topado con una sociedad que se resiste a ser laboratorio y se niega a macerarse en el victimismo. Del mismo modo que rechaza una política de imposiciones que atropella derechos, reduce oportunidades y alimenta a la kale borroka que se desató en Compostela contra una manifestación de Galicia Bilingüe. Allí quedó retratado el nacionalismo, pero también un socialismo entregado a sus delirios.
Va a resultar, entonces, que Galicia sí es un sitio distinto. Que Betanzos no es Vic ni Lugo es Mondragón ni Vigo es Cornellá ni Palas de Rei es Hollywood. Lo cual nos conduce hasta el muñidor de la campaña socialista y feliz propietario de un ático, don José Blanco, quien tuvo el detalle de desaparecer justo a tiempo para ahorrarse la asistencia al entierro político del candidato de Zapatero. No está claro de quién fue la idea de imprimir en el imaginario electoral que votar a Touriño era votar a Rodríguez, pero es evidente que según esa cartesiana lógica la derrota de "o presidente" ha sido el fracaso del jefe del Gobierno. Si el de Palas fue el cerebro de la contienda, el resto de las vísceras no se lucieron menos. Y se supone que esos son los órganos que han de reflexionar ahora sobre los costes del matrimonio con el nacionalismo.
Antes de que empiecen a brotar de nuevo, en el campo del sedicente progresismo, los viejos lugares comunes sobre Galicia y su resistencia a las bondades del "cambio" bajo la dirección de los ungidos, conviene tomar nota del final de un cliché que ha arraigado a derecha e izquierda. El que sostiene que la abstención beneficia al PP. Pues bien, las elecciones gallegas han desmentido a los sociólogos de guardia de Ferraz y Génova. La gente se echó a las urnas para despedir al bigobierno y hasta podía escucharse un murmullo de "nunca máis" el día del finiquito.