Del gran acto cívico celebrado en Barcelona, lo único que se sabe con claridad meridiana es que Montilla tuvo que salir por piernas. Tras soportar insultos durante horas, el presidente autonómico tomó las de Villadiego, rodeado de un cinturón de escoltas que a duras penas podía protegerle de la marabunta que le acosaba. En el abecé del agit-prop figura que sólo han de convocarse aquellas manifestaciones que se puedan controlar. Y, desde luego, no sumarse nunca a las que, a buen seguro, serán controladas por otros. O el PSC lleva demasiado tiempo en los despachos o prefiere que Montilla sufra las iras de la plebe antes que disolver su alianza con el secesionismo ultramontano. ¿La solución? Borrar la vergonzante escapada con orwelliana tinta de calamar y de prensa. Todos están muy contentos del civismo demostrado por los energúmenos. A fin de cuentas, no llegaron a pegarle.
La costumbre de los últimos años es que sean los del PP los que acaben recibiendo. Hay que decir que los socialistas hicieron cuanto pudieron para que se repitiera esa rutina. Mira que insistieron en quién tiene la culpa de que los catalanes no disfruten de su Estatuto íntegro. El PSOE concede tanta importancia a la constitucionalidad de las leyes y alberga tal respeto por el Tribunal Constitucional, que entiende que aquel texto sería plenamente constitucional si el PP no hubiera presentado el recurso. Pero la maniobra falló. El socialismo señaló al auténtico enemigo y resultó que para los más entusiastas el verdadero enemigo era Montilla. Previsible. Cría fanáticos, dales alas y luego, echa a correr.
Nada de eso, por supuesto, ha sucedido. Y, como no ha sucedido, Montilla sigue montado en el tigre. Lejos de instruir y de instruirse sobre los fundamentos de la democracia, se ha dedicado a excitar a esos cívicos que tanto le quieren. Ya anuncia que la sentencia del TC le traerá sin cuidado a la hora de aprobar leyes. Y ello por la sencilla razón de que la tal sentencia sólo "toca las narices" con sus reiteradas alusiones a la "indisoluble unidad de España". Qué mal gusto el de los magistrados. En lugar de olvidar ese aspecto esencial de la Constitución, van y lo recuerdan. Aunque si tanto molesta a los socialistas la unidad de la Nación, lo tienen fácil: presenten una reforma constitucional para eliminarla. A ver si hay narices.