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Cristina Losada

Memoria de las locas aventuras

El maridaje entre socialismo y nacionalismo ha sufrido sus primeras crisis visibles. En Galicia era penalizado en las urnas y, en el País Vasco, un PNV radicalizado al calor del abrazo zapateril hacía imposible la alianza.

Pocas veces siente uno satisfacción al comprobar que su pronóstico ha fallado. Esta es una de ellas y una memorable, dure lo que dure. El PSE y el PP han suscrito en el País Vasco un pacto que representa mucho más que un cambio de Gobierno. Pues se trata de un pacto a contracorriente de las tendencias que han dominado la política española. Si un entendimiento entre socialistas y populares resultaba difícil hace años, desde que ocupa la presidencia Zapatero se había vuelto impensable. Una tal alianza era, para los zapateristas, un fruto prohibido, un auténtico tabú. Y la belleza del asunto es que han llegado a ese destino por su empeño en escapar de él. Parafraseando al Mefistófeles del Fausto, por querer hacer el mal, se ha acabado haciendo el bien.

Es el momento de recordar a las luminarias que convencieron a Zapatero de olvidarse de su "oposición tranquila" en tiempos de Aznar, que incluía su apoyo a la colaboración entre constitucionalistas en el País Vasco, y de pasar a la lucha sin cuartel contra el PP. Una guerra que fue más allá de las desaforadas campañas de agit-prop (Prestige, Irak, 11-M) y se ha prolongado durante sus años de Gobierno. Su propósito era presentar al PP como un partido indeseable, dudosamente democrático y subrepticiamente franquista ("memoria histórica" mediante) y, por lo tanto, como un partido –y unos votantes– a excluir. El cuadro se completaba con la alianza de las sedicentes "fuerzas del progreso" para encerrar a los "fachas" en la leprosería de la que nunca máis habrían de salir.

Las consecuencias de esa política de confrontación no fueron, en principio, malas para Zapatero. Logró su segunda victoria electoral. Pero sólo un año después de ese triunfo, el maridaje entre socialismo y nacionalismo ha sufrido sus primeras crisis visibles. En Galicia era penalizado en las urnas y, en el País Vasco, un PNV radicalizado al calor del abrazo zapateril hacía imposible la alianza que más se ajustaba a la pauta seguida por los socialistas. Si Patxi López quería presidir el Gobierno vasco tenía que enterrar el hacha de guerra contra el PP. Su llegada al poder se verifica, así, sobre los escombros de la "genial estrategia", como irónicamente la denominó Leguina, que prescribía la expulsión de la derecha del espacio democrático redefinido a conveniencia. Tras condenarla, tienen que rehabilitarla.

Largo ha sido el viaje. Y desastroso. Un sistema debilitado, una Constitución maltrecha, unas autonomías autistas y enfrentadas, un centón de insultos, una atmósfera de odio irrespirable. Y todo ello para regresar, poco a poco, al punto de partida, que ya no es el mismo, sino peor. Las locas aventuras siempre tienen un precio.

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