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Cristina Losada

Maravillas de la partitocracia

Zapatero sale debilitado de la riña interna, pero ello no significa que el socialismo madrileño emerja fortalecido para la disputa externa. Lo primero, en cualquier caso, promete consecuencias de mayor alcance.

Madrid es Madrid, nada menos. Sin embargo, la elección del candidato socialista a la presidencia de la comunidad madrileña no hubiera tenido mayor relevancia de no ser por el factor que, una vez pasado el trance, niegan todos los implicados. A saber, su impacto sobre Zapatero. Los propios partidarios de la aspirante derrotada sembraron la semilla de esa interpretación que ahora rechazan tajantes, a fin de componer el preceptivo cierre de filas. Pues no fue Esperanza Aguirre, sino Rubalcaba quien proclamó, en su estilo enrevesado, que el mayor activo de Gómez consistía en ser el hombre que le dijo "no" al presidente. De ahí que tirios y troyanos concluyan, con toda lógica, que el triunfo del "rebelde" deja a Zapatero tocado. O más tocado. Que ya es tocar las narices que el mindundi de un partido regional se oponga a los designios del Líder todopoderoso.

Tras la tempestad, la calma y tras los puñetazos, la piña. El héroe de Parla se deshace en elogios a quien quiso echarle de la carrera desde la suprema autoridad del sillón de la Moncloa. La coral socialista canta una victoria común con reparto igualitario de laureles. Suena el clásico "ha ganado la democracia" y los adversarios de ayer se echan un baile agarrao. Pero, ¿qué ha ganado el Partido Socialista de Madrid? Una batalla interna. A cambio de ese triunfo ha elegido, seguramente, al peor de los dos candidatos. A falta de diferencias políticas entre Jiménez y Gómez, en ausencia de un debate de fondo entre ambos, sólo quedaban en juego los valores de "imagen" que sustentaban la apuesta paracaidista de Ferraz. La codiciada y caprichosa "popularidad". Y las bases le han dado la espalda. Han rechazado guiarse por el dictamen de los sondeos y, como ocurre a menudo en las primarias cerradas, la dinámica partidaria ha primado sobre la consideración electoral. Son las maravillas que la democracia opera en la partitocracia.

Zapatero sale debilitado de la riña interna, pero ello no significa que el socialismo madrileño emerja fortalecido para la disputa externa. Lo primero, en cualquier caso, promete consecuencias de mayor alcance. Aunque hay una, de cajón, que el aparato del PSOE no parece dispuesto a extraer. Y es que si aplicara los criterios que intentó imponer a su agrupación capitalina, con las encuestas en la mano, Zapatero tendría que pedirle a José Luis que no se volviera a presentar.

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