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Cristina Losada

Mar adentro, otra vez

Ha surgido en esta izquierda una fascinación por la eutanasia que responde a su afán de llevar la intervención del Estado a todos los asuntos de la existencia, de la cuna a la tumba.

Cuando el portavoz del Gobierno anuncia una ley para conceder el "derecho a una muerte digna", conviene fijar aquello que dice sin decirlo expresamente. El mensaje implícito trasmite que en nuestros hospitales todavía se muere a la antigua usanza "indigna", de ahí que el Gobierno deba reglar la forma "digna" de morir que permiten los avances de la medicina. Todo muy bonito, en fin, si fuera cierto. Pero lo cierto es que en la sanidad española ya se vienen aplicando esos avances a los que el vicepresidente aludió como si aquí aún hubieran de introducirse. ¿O conoce el Ejecutivo, y no denuncia, que se haya dejado morir con dolor a algún paciente? En cuanto a las normas, tampoco es preciso inventarlas: existen. No hay carencias que justifiquen una ley como la anunciada. Por ello, resulta innecesaria y sospechosa, dados los antecedentes.

La desconfianza tiene fundamento. Estamos ante un Gobierno que entiende por "muerte digna" la que proporcionó el doctor Montes a numerosos pacientes en unos boxes que instaló en Urgencias. El propio anestesista ha reconocido que impedía su ingreso en Cuidados Paliativos. En su servicio, administraba unas sedaciones terminales que fueron cuestionadas por expertos y peritos hasta el punto de considerarlas mala praxis. El Gobierno y el PSOE no sólo rechazaron cualquier investigación: hicieron de Montes un héroe. Zapatero le abrazó conmovido cuatro días antes de las elecciones de 2008. ¿Inspirarán los métodos de Montes la norma proyectada? Habrá que mirarla con lupa. Las ambigüedades pueden abrir la puerta a prácticas abusivas cuya motivación esencial sea la economía de camas.

La ley del buen morir socialista sí viene, en realidad, a cubrir una carencia, pero no sanitaria, sino política. Sirve de anzuelo ideológico y dará pie a fabricar una falsa disputa entre progresistas compasivos e integristas partidarios del sufrimiento. Regular la muerte es una vieja obsesión del ejecutivo. A los pocos meses de alcanzar el poder, el primer acto social de Zapatero fue asistir, con la mitad de su gabinete, al estreno de Mar adentro, un alegato a favor de la eutanasia. Siempre se reviste de derecho individual, pero el individuo queda indefenso, como muestra el caso de Holanda. Ha surgido en esta izquierda una fascinación por la eutanasia que responde a su afán de llevar la intervención del Estado a todos los asuntos de la existencia, de la cuna a la tumba. Y, claro, seréis como dioses...

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