De la agenda oculta del PP que denunciaba el candidato Rubalcaba, teníamos que llegar al pacto secreto recién desvelado por su portavoz Rodríguez. Una cosa lleva a la otra. Quiero decir, a ese contubernio tridentino de Gobierno, patronos y obispos, destinado a sumirnos en las tinieblas de una contrarreforma, secuela de la Contrarreforma sin duda, del que ha dado noticia la vocera socialista. No ha revelado, lástima, si el pacto se firmó con sangre, como hacen los piratas, al menos en el cine, y de no fallarme la memoria, también Los Proscritos de Guillermo Brown. Aunque se diría que los socialistas han frecuentado a otro Brown en sus horas libres y que a falta de confianza en sus propias fuerzas, ya sólo creen en la fuerza de la imaginación.
Las pruebas del célebre programa oculto las han encontrado en la reforma laboral. Un decreto como ése, alertaron, no se hace en un día ni en una noche. Esperemos que no, que no lo pergeñaran durante la pausa del café. Pero hay que entender el recelo. Una noche era todo lo que necesitaba el anterior presidente para ventilar asuntos de la envergadura del Estatuto catalán. Por poner un caso, que hubo otros. Es natural que el grado de elaboración de una ley levante sospechas en quienes tienen, digamos, otro sentido del trabajo. Y es alarmante que para el partido socialista, una reforma que esté muy estudiada sea un indicio de oscuras maquinaciones, en lugar de un indicio de calidad. Desde luego, yo espero del Gobierno que la tuviera estudiada. Como espero de la oposición que se ponga a estudiarla y deje a los guionistas de Hollywood las historias de complots.
El empeño en airear conjuras propias de panfletos marginales, no valdría la pena de escribir una línea, si no significara que el PSOE sigue enganchado a la agitación como sustituto de la política. Seguro que tiene su público, igual que lo tienen la telebasura y la pornografía, pero condenan a esa gente a la minoría de edad intelectual. Ya puestos, sin embargo, no deberían atropellar la lógica interna de sus teorías, que es la clave de su atractivo frente a la realidad, donde siempre hay líneas sueltas. No puede ser que Rubalcaba acuse al Gobierno de carecer de un plan y que, al otro día, Rodríguez lo acribille por tener un plan bien urdido. Estamos, en fin, ante el enésimo retoño de los Protocolos que fabricó la Ojrana, pero con pocos sabios y mucho sifón.