Como tantas veces, la derrota ofrece más facetas que la victoria. Las dimensiones de la que ha sufrido el PSOE son tan gigantescas que anoche la prensa andaba a la busca de verbos y adjetivos que estuvieran a la altura, tan baja e insondable. Había bromeado Blanco que dado el mal cariz de los pronósticos, sería digno casi cualquier resultado. No gozaron de ese margen. Ni la comparecencia preventiva de la portavoz Valenciano –"no será una buena noche para los socialistas"– menguaría el asombro ante la fría plenitud del hundimiento. Las fichas se derrumbaron una tras otra y no hubo siquiera un premio de consolación. Pagaron la factura en todas partes, sin que la carta que jugaron in extremis les concediera un respiro.
La retirada de Zapatero, que fue anticipo del fracaso y talismán destinado a conjurarlo, no ha librado de la defenestración a los barones ni prácticamente a nadie. Ello tiene una consecuencia práctica y dolorosa: en el abrevadero presupuestario de la empresa no hay agua pá tanta gente. Y, en lo político, corrobora que el votante no premia las espantadas. Se debatía, al final, sobre el efecto de la movida "indignada" y, cuando asomó la debacle, hasta se le echó alguna culpa en la desmovilización de la izquierda. Pero cuánto más desmoviliza que el presidente a quien se votó haya eludido la responsabilidad de contrastar su gestión en las urnas, a fin de evitarse el castigo en sus propias carnes, ése que acaba de recibir su partido. Salió, ayer, Zapatero a dar la cara, pero sólo después de haber dado la espalda. No se puede ser, a la vez, el padre de la derrota y el invicto.
Se vaticina por doquier un cambio de ciclo, sea lo que sea tal cosa. El fin del zapaterismo, esa época de alegría macarena bajo el cielo protector y maniobras orquestales en la oscuridad, dependerá del PSOE, pero la apertura de un nuevo ciclo compete a la oposición. Y la victoria del PP no se funda en una alternativa global, en un proyecto de reforma política, institucional y económica merecedor de tal nombre. Rajoy se ha refugiado en el apoliticismo y este triunfo incentiva que permanezca en el limbo tecnocrático de su gusto. Si no afronta los desafíos políticos incesantes y crecientes, la marea azul no inaugurará ciclo nuevo alguno. Será "plus ça change, plus c’est la même chose".