Convencidos de que el pueblo son ellos y nada tienen que temer de los airados manifestantes, los partidos de la izquierda andan muy molestos con la protección policial que se ha dispensado al Congreso. Quieren que se quiten las vallas que rodean la sede de la soberanía nacional para recibir en vivo y en directo, sobre sus testas y sus trajes, increpaciones, vituperios y lo que caiga, porque algo siempre cae en estos casos. Desde luego, si su deseo –masoquista– es recibir estopa, yo no veo el dispositivo como un impedimento. Vayan los diputados a los lugares calientes de la protesta, acérquense a la gente y, tras presentarse, observen qué sucede. Una tiene la impresión de que en tales aglomeraciones no se está en condiciones de hacer muchos distingos, ni para dirimir si los políticos son galgos o podencos, pero háganse el favor de la prueba.
En realidad, la prueba ya se ha hecho, no en la Historia, que también, sino ahora mismo. Hace un año, cuando los indignados recibieron con confeti de insultos y zarandeos a los diputados catalanes en el Parque de la Ciudadela. Pregunten los del PSOE al partido hermano cómo actuó ante el acorralamiento, aunque lo sabrán, pues todo ahora se televisa. Y vaya escenas. En cuanto vieron al pueblo en acción, los diputados del PSC no se hermanaron, ¡quia! Se metieron de cabeza en vehículos blindados de los Mossos, como las fuerzas de Assad en las batallas de Damasco. A un gallardo miembro de las Juventudes nacionalistas, ayuno de precaución, se le oyeron trémulas voces de "¡auxili, auxili!" cuando le increparon unos perroflautas; igual le propinaron un cachete. Ni los de Iniciativa, esos hombres del pueblo por antonomasia, se libraron de que les dieran en la cresta. El presidente, claro, entró en helicóptero.
La portavoz socialista, Soraya Rodríguez, ha pedido que se retiren las vallas a fin de que la ciudadanía pueda "circular libremente por las inmediaciones del Congreso, como ha sucedido desde la recuperación de las libertades". Ah, la obsesión por asimilar el PP al franquismo. Ay, esa memoria histórica. Debería saber que bajo la dictadura no hacía falta blindar policialmente las Cortes: a nadie se le ocurría ir a protestar allí. No extrañe su desconocimiento. Por entonces, uno podía circular libremente en busca de un socialista y no encontrar ninguno. Pero lo dicho, si desean probar los diputados el jarabe de la indignación popular, ¿quién se lo impide?