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Cristina Losada

Lo obsceno y el PP

Cuiña tildó de "obscenas" las tesis de Galicia Bilingüe, llamó "antigallegos" a los que se oponen a la imposición y, en conjunto, estuvo a la altura de los fanáticos que amenazan y atentan contra quienes rechazan las coacciones.

Un grupo de escritores, editores y políticos de Galicia acaba de constituirse en plataforma para, según dicen, "defender el gallego como si fuera la propia vida". Omítase la referencia al gallego y se ajustará la frase a la realidad. Defienden su modus vivendi y su poder. El negocio del que vive la mayoría de esos interesados paladines se levanta sobre la piedra del idioma. Y sin riesgos, que paga el contribuyente. Puesto que se cuentan por docenas o por cientos los lobbies partidarios de la imposición lingüística, la aparición de uno nuevo no tendría mayor importancia, si no fuera por el detalle de que uno de sus miembros es militante del Partido Popular.

Nuestro héroe del día responde al nombre de Rafael Cuiña y es hijo de quien fuera mano derecha de Fraga en la Xunta hasta que ciertas irregularidades en los contratos para la limpieza del chapapote le obligaron a irse. Ahora, el hijo se junta con personas que acusaron a su padre de caciquismo y de lucrarse desde su cargo, por decirlo con suavidad. El pasado se olvida cuando conviene. La presencia de un señor del PP ha servido de coartada para presentar como un crisol de ideologías un tinglado donde rige una sola idea: que los ciudadanos de Galicia no tienen derechos en materia lingüística y han de renunciar a ellos, de grado o por fuerza.

Lejos de contentarse con ser figura ornamental de una plataforma contra los derechos civiles, Rafael Cuiña se despachó con la mayor violencia verbal hacia quienes los defienden. Hay que hacerse perdonar la pertenencia a la caverna. Y ese militante del Partido Popular, que no es precisamente uno cualquiera, hizo méritos. Tildó de "obscenas" las tesis de Galicia Bilingüe, llamó "antigallegos" a los que se oponen a la imposición y, en conjunto, estuvo a la altura de los fanáticos que amenazan y atentan contra quienes rechazan las coacciones, que, tal como certificaron las elecciones que ganó su partido, son la mayoría de los gallegos. De tomar en serio las palabras y promesas de Núñez Feijóo, ese militante suyo se ha declarado en rebeldía y debería marcharse. Salvo que la dirección del PP, como es norma de la casa, le quiera poner una vela a Dios y otra al diablo.

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