El sentimiento nunca se equivoca, y ha de ser por eso que la efusión emotiva en Occidente a propósito de la "primavera árabe" no ha mutado en ninguna clase de reflexión crítica a medida que se ha ido instalando el invierno islamista. Se diría que nunca existió el espejismo colectivo, mediático para más señas, que tomó unos levantamientos contra regímenes dictatoriales por el admirable despertar del mundo árabe a la democracia, la libertad y los derechos humanos. Como se diría que jamás se pregonaron los prodigiosos poderes que tenían Facebook, Twitter y Youtube para instalar democracias ejemplares en el lugar de unas castas corruptas. Bien. El asunto ya no admite mucha discusión. El resultado de las vibrantes revoluciones propulsadas por las maravillas de internet ha puesto en su sitio a aquellas quimeras y a sus fabricantes. Los beneficiarios de la épica primaveral son los islamistas, tal y como acaba de confirmar el triunfo de los barbudos en Egipto.
El rasgo realmente sorprendente de este episodio no es, por lamentable que ello sea, que los votantes egipcios y de otros países árabes confiaran su gobierno a unos integristas religiosos. A fin de cuentas, como sostenían los aguafiestas profesionales cuando el mundo mundial celebraba la "primavera", los islamistas eran la única fuerza organizada allí, si se exceptuaba al ejército. Que perdieran hubiera sido un milagro. Así que, en puridad, el fenómeno asombroso ha sido otro. Ha sido la fe, fe laica por supuesto, que han mostrado tantos occidentales, y no sólo los progresistas, en que el genio de la lámpara de Aladino, una vez liberado en la plaza Tahrir, iba a realizar de manera simultánea sus tres deseos. A saber: que una revolución puede tener un final feliz; que la democracia liberal logra arraigar en cualquier rincón por inhóspito que sea; y que internet es capaz de infundirle rápidamente a una sociedad los valores que antaño sólo prendían con el tiempo, no pocos ensayos y buenas condiciones de partida.
Los creyentes en los efectos taumatúrgicos de la tecnología fueron los más charlatanes, por el papanatismo de la novedad, y también, qué paradoja, los más indocumentados. Quizá entre tweet y tweet se les pasó que la Yihad está en la Red y que los talibanes siempre han usado móviles. Ahora igual se les escapa la gran ironía de la situación, y es que lo único que se interpone a la instalación de una teocracia islamista electiva en Egipto, es el ejército que antes apoyaba a la dictadura.