El nacionalismo catalán se ha beneficiado largamente de una visión candorosa que le libraba de las miasmas racistas que, en cambio, se apreciaban en la raíz del nacionalismo vasco. Se le ha visto así como un nacionalismo cívico, cultural y lingüístico, frente al nacionalismo étnico que fundara Sabino Arana. Ese retrato tan favorecedor del catalanismo no soporta, sin embargo, el contraste de una investigación rigurosa de sus textos doctrinales y las posiciones de sus prohombres. Tal investigación la acometió Francisco Caja, profesor titular de la Universidad de Barcelona, con su libro La raza catalana. El núcleo doctrinal del catalanismo, publicado en 2009, y la prosigue y termina ahora con La raza catalana. La invasión de los ultracuerpos.
Caja sostiene, con el fundamento que le proporciona la ingente materia prima explorada, que el catalanismo, desde sus orígenes hasta la guerra civil, es una doctrina política construida con elementos ideológicos diversos, entre los que predomina, desempeñando un papel nuclear, la doctrina racial. En dicho período, además, ese núcleo se expone sin rebozo alguno. De hecho, el título de Caja es "plagio", como confiesa, del que llevaba la famosa conferencia que pronunció el doctor Robert, en 1899, al día siguiente de ser nombrado alcalde de Barcelona. El doctor Robert creía en la existencia de la raza catalana, pero no era el único, ni se trataba tampoco de una creencia exclusiva de los políticos. Así, en 1937, el gobierno de la República, trasladado a Valencia, hubo de oír del eminente prehistoriador Bosch Gimpera, en lección magistral, que la guerra civil era, en realidad, una guerra entre razas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, tras el horror del nazismo, el descrédito político y académico del racismo conduce a una depuración formal. Ninguna doctrina política que quiera obtener carta de naturaleza podrá incluir referencias raciales. Es aquí, escribe Caja, donde interviene la renovación que lleva a cabo Pujol, articulada en el concepto de integración, que nada tiene que ver, explica, con el sentido ordinario del término. Porque el proceso de integración que divisa Pujol tiene el propósito de evitar la desnaturalización de lo propio: de conjurar la amenaza que representa la invasión del inmigrante.
Los catalanistas ya venían señalando que el gran problema de Cataluña era la baja tasa de natalidad de los autóctonos: el peligro de extinción. Pujol encuentra en la inmigración tanto el problema como la esperanza. Hay que integrarlos, hay que darles un alma, pues carecen de la impronta del verdadero pueblo. El invasor ha de ser invadido. Y la traducción simbólica de la integración será la inmersión lingüística. Para Caja no cabe duda de que la reelaboración que hace Pujol de la doctrina catalanista es una metamorfosis que permite conservar los fundamentos raciales, aunque en términos aparentemente no raciológicos.
Estas verdades incómodas, como decía aquél, no son plato de gusto para el nacionalismo catalán. La obra de Caja ha encontrado así en el establishment político y académico de Cataluña, no refutaciones y críticas, sino un silencio sepulcral. La capa de silencio con la que se recubre aquello que no debería existir, la forma de hacer invisible la disidencia. Hay secretos a voces que por eso mismo han de permanecer bajo siete llaves.
Nota de la Redacción: La raza catalana. La invasión de los ultracuerpos será presentada por Francisco Caja, Pedro Antonio Heras y Cristina Losada, el jueves, 21 de noviembre, a las 20:00 horas en el Ateneo de Madrid.