El progre español vive en la no-España. Ese no-lugar es un poco diferente de la anti-España del secesionista, pero tan similar que ambos se entienden mejor entre ellos de lo que se entienden con los que viven en España. Para nuestro progre de manual, que suele ser un advenedizo, que alguien viva en la nación española, ¡y que llegue a darle vivas!, resulta no sólo incomprensible, sino impensable. En su mitología, España es una unidad impuesta a sangre y fuego a unos pueblos, que en su diversidad, eran muy felices, y que más que ninguna otra cosa desean recuperar su identidad nacional, oprimida durante tanto tiempo. Cálculos de poder al margen, ese tópico de baratillo es la clave del imaginario que guía a Zapatero.
Convencidos de su superioridad respecto del común de los mortales, pero seguros de representar al pueblo como nadie, esos progres de salón, que son los que gobiernan, deberían sentirse confundidos y, en todo caso, atribulados. Durante unos días, al calor de un triunfo deportivo, el pueblo, pues de un fenómeno popular hablamos, ha dejado claro que vive en España. Y harían bien en sospechar que siempre ha vivido allí, al contrario de lo que creen ellos. Daban por sentado que en España sólo moraban los nostálgicos del franquismo, los nacionalcatólicos, los vejetes inasequibles a la sutileza relativista. Y que si España era algo, sería una entidad administrativa, una especie de coordinadora de las auténticas naciones, las "identidades fuertes", con culturas, lenguas e historias diferentes.
El pueblo, sin embargo, tiende a la incorrección política y se resiste a trasladar su residencia a la no-España que pintan tan plurinacional y bonita. Las multitudes que celebraron la victoria de la selección española no dieron vivas a las "realidades nacionales" ni corearon "yo soy del Estado español". Tampoco estaban compuestas por ancianos con bigotillo. Y, lo que es peor, sacaron la bandera de España sin ningún sentimiento de culpa. No sé cómo llevarán los progres que nos gobiernan un divorcio tan patente entre sus clichés y la realidad. Pero la afloración de "una realidad patriótica" (Gustavo Bueno dixit), los coloca ante un dilema de difícil solución. O hay millones de fachas en España o lo que hay son españoles. Resulta que la gente vive con naturalidad en España y ellos, no.