Tras la manifestación contra el proyecto de ley sobre el aborto, el hombre de los socialistas de Madrid dijo que le parecía mentira que Esperanza Aguirre fuera mujer y estuviera allí. Ergo, puesto que estaba allí, Aguirre no es una mujer. Desde luego que Gómez y los suyos, y los de más allá, han dado muestras sobradas de obviar, en su conducta hacia la presidenta madrileña, el hecho de que es mujer. Y así debe de ser. Así debería ser siempre y en todos los casos. Pero no. El zapaterismo andante es selectivo. A las políticas del PP las trata como a políticos, y lo peor posible, pero cuando las suyas reciben idéntica medicina, toca el tam tam de esa feminidad susceptible y ofendida a la que llama, torticero, feminismo.
En el debate de los Presupuestos, Rajoy prefirió no zurrarle en demasía a la encargada de presentarlos para evitar la apariencia de abusón. Eso, al menos, ha explicado Cospedal. Se esforzó, ha dicho, por no ser agresivo a fin de que no se intentara "hacer ver aquello de un chico que pega a una chica". Se contuvo, o sea, como Sarkozy ante Royal. Pues mal hecho. Por escapar de los grititos de "machismo" y "eso no se atrevería a decírselo a un señor", el dirigente del PP ha incurrido en otro pecado igual de capital (aunque la igualdad aquí no rige). El del menosprecio. Como escriben en el antiguo BOE: "ninguneó a la primera mujer que presenta los presupuestos". La queja, entonces, es que Rajoy no vapuleó a Salgado lo suficiente. Claro que, de haberlo hecho, tampoco se hubiera librado de acusación.
El círculo vicioso más tonto de cuantos se han criado en la política española durante los últimos años es ése. En la izquierda, el feminismo que reclamaba igualdad ha sido sustituido por uno que exige la diferencia. Y como hacerle frente es difícil, "delicado", en la derecha siguen el juego. Pero a efectos políticos, Salgado no es una mujer, sino la responsable de una vicepresidencia. Cosa distinta es que Zapatero decidiera echarla a los leones en razón de su sexo.