Tras la reaparición de González y Guerra en el mitin de Parque Jurásico, el sensible termómetro de los sondeos detectó cierta ventaja para los socialistas entre los mayores de sesenta y cinco. Quienes se ocupan de descifrar tales enigmas apuntaron que se habían sentido identificados con las dos viejas glorias del PSOE que el candidato ha sacado del baúl de Karina. He ahí la cuestión: identificarse. La clave que determina tanto el éxito de una teleserie, como de un aspirante a la presidencia. Y que guarda poca relación con el programa y la capacidad, y mucha con la personalidad. Es por ello que los debates televisados suscitan en los partidos esperanzas y temores. Nada como el medio audiovisual por excelencia, la bendita o maldita caja tonta, permite esa mirada indiscreta de la que pende la valoración de un carácter.
El espectador puede engañarse y ser engañado, ver lo que no hay y no ver lo que hay, pero la fórmula es necesaria, y cuanto más se repita más atinado será el juicio que haga el votante. A la hora en que escribo, los contendientes en el primer y único "cara a cara" que tendremos, están en capilla. Tampoco hay encuestas previas sobre quién saldrá victorioso del match. Pero creo en el principio de que cada cual verá el debate que quiere ver. Porque la dialéctica de las corbatas, aquí más importante que la de los argumentos, apenas podrá alterar la visión previa desde la que se percibe el espectáculo. Zapatero le ganó todos los debates a Rajoy, los preelectorales y los del Estado de la nación, mientras fue el preferido de la mayoría. Cuando dejó de serlo, perdió. Lleva ventaja el que va ganador.
Pues se trata de una demostración de carácter y no de una lección magistral, el principal adversario de un candidato en un debate es él mismo. Desde que está bajo los focos, le pierde a Rubalcaba la costumbre de hablar desde la convicción de su superioridad intelectual: "lo explico para tontos". Y a Rajoy le lastra, como antaño, ese hábito administrativo que amenaza con descargar una tonelada de cifras aplastante. Pero la aburrida seriedad del candidato del PP, la misma que le hacía horrorizarse ante la fértil incoherencia de Zapatero y exclamar "¡pero, hombre!", será ahora un punto fuerte. No conseguirá la identificación emocional, aunque Rubalcaba tampoco. Tan diferentes, ahí están igualados. Frente a la inasible modernidad líquida de ZP, los dos son del antiguo paradigma.