Hay que reconocerle a Iglesias su habilidad para poner cebos irresistibles para los medios y, naturalmente, para el público. Ambos, medios y público, tienen una relación simbiótica, y los que reprochan a los medios que den tanta cobertura a las cosas que hace Iglesias no se percatan de que hay un público para ellas. Incluso a los que reprochan les interesan. El primero que se percató de ese interés fue el propio Iglesias, que tiene claro, lo diré en su prosa, en la que reserva para un interlocutor intelectual, que "la televisión es el gran dispositivo ideológico de nuestras sociedades". Más aún, sigo citando un artículo que publicó en New Left Review, la televisión
puede decirse que, de manera mucho más intensa que los dispositivos de producción ideológica tradicionales (la familia, la escuela, la religión, etcétera), condiciona e incluso fabrica los marcos –estructuras mentales con valores asociados– a través de los cuales piensa la gente.
Iglesias habla de la gente, pero le está hablando al telespectador. Y el telespectador es, digamos, sensible al espectáculo. Iglesias se preparó a conciencia sus intervenciones en las tertulias televisivas que le dieron cancha para lograr aquellos cinco eurodiputados que lo lanzaron al estrellato mediático, y de igual modo ha venido preparando desde entonces los gestos con los que invariablemente consigue la atención de los focos. Los dirigentes del partido Podemos se dedican a estudiar dónde y cómo pueden erigirse en protagonistas y transmitir un mensaje que lleve al pueblo-espectador a identificarlos y a identificarse con ellos. No lo digo yo, sino él:
En el contexto de profunda desafección hacia las élites, nuestro objetivo era identificar a ese pueblo de la televisión con un nosotros nuevo, aglutinado inicialmente por el significante Pablo Iglesias.
Cuidado con el chiste, no vayan a leer "insignificante".
Quien tenga estómago o humor para las imposturas intelectuales, como se titulaba el célebre libro de los científicos Sokal y Bricmont sobre ciertos famosos y brillantes farsantes franceses (Lacan, Kristeva, Deleuze, Guattari, Baudrillard, etc.), podrá comprobar en otra pieza de la mentada NLR la cantidad de espacio que dedica Iglesias a explicar e interpretar el significado del significante que fue regalar al Rey la serie Juego de Tronos, cuando la visita de Felipe VI al Parlamento Europeo. Fue, en cualquier caso, una opción ganadora: no se habló de otra cosa. Los medios picaron en el cebo y el público se lo pasó bomba dándole vueltas a la historieta.
Habrá peces más difíciles de pescar que esos, cierto. Pero si Iglesias y los suyos pasan más tiempo pensando qué hacer no en plan leninista sino en plan mediático, hay que decir que les sale a cuenta. Tal como se desarrolla en España el debate político, al punto de que no es ninguna de las dos cosas, resulta más eficaz para el partido Podemos invertir esfuerzo en idear movidas como la del regalo al Rey o llevar a un bebé al Congreso y amamantarlo allí, o ponerse un esmoquin alquilado para la gala de los Goya, que en diseñar en detalle la propuesta de renta básica que figura en su programa. Les beneficia más, dadas las circunstancias penosas del llamado debate político, hacer esos gags que disponer de un programa económico digno de ese nombre.
¿Quién quiere, por ejemplo, discutir a fondo de la renta básica, de sus ventajas e inconvenientes, si es realista o un brindis al sol, si es mejor o peor que el complemento salarial que propone Ciudadanos? Cuatro gatos serán. En cambio, hablar del aspecto de los diputados podemitas el día de la constitución del Congreso, ¡con esos pelos!, comentar la caída pajarita de Iglesias en la gala del cine, debatir si Sánchez fue sin corbata pensando que el otro iría de camiseta pero resulta que se la jugó, todo eso, en fin, es mucho más apetitoso. Más sabroso. Más entretenido. No hay que entrar en aburridas consideraciones sólo comprensibles para especialistas. Es el debate de un patio de vecindad. Y a este patio de vecindad le ha tomado la medida Iglesias. Su esmoquin fue otra prueba concluyente, otro smoking gun, de que cree que la conquista de los medios es la condición necesaria y suficiente de la conquista del poder. Lo suyo es el humo gestual. Smoke on the water, que diría Deep Purple.