La farsa de Garzón a cuenta de investigar crímenes del franquismo ha de situarse en su contexto. Y éste es la eclosión del fenómeno de travestismo político que vimos surgir en las postrimerías de aquel régimen. Personas que no habían levantado la voz contra la dictadura aparecieron, de repente, como simpatizantes y militantes de la izquierda. Pronto se abrió el cauce para la desembocadura de tanto oportunista. Era el PSOE, antes apenas existente y ajeno, salvo por unas pocas figuras, a los esfuerzos y sacrificios realizados durante la larga noche. Se avistaba ya a los del clan de la tortilla como claros candidatos al poder y, más aún, decididos a no soltarlo.
Tantos cambios tenían lugar, tan agitado era el día a día, que no le prestamos la atención debida a que unos recién llegados se prendieran, como si tal cosa, los entorchados de antifranquistas de toda la vida. No tardó el PSOE en apropiarse de la memoria de la lucha contra la dictadura, pero llevaría más tiempo completar el círculo.
En esas estamos. El antifranquismo retrospectivo no se ha limitado a repartir carnés de carreras delante de los grises a todo el que ha querido, incluidos los que aún tomaban el biberón por entonces. Su empeño por reescribir la Historia y las biografías necesitaba algo más. Y necesita. Siempre con unos límites. No vaya a salir a la luz, por una rendija, por un descuido, parte de la verdad que ocultan.
La iniciativa de Garzón, mal copiada de las comisiones de investigación puestas en pie en diversos países con resultados discutibles, no podía prosperar y él tenía que saberlo. Una pena. A juzgar por su auto, hubiera sido un espectáculo digno de verse. Se basa en un par de libros, cuando mira que se ha escrito sobre la guerra y la dictadura, y se nota que desconoce la materia. Pero no tenía nada que perder. Si rechazaban su pretensión, adquiría el halo heroico que busca con denuedo. Y si le investigan por prevaricación, se pone la medalla de víctima de los criptofranquistas inventados por sus poderosos amigos. Pues resulta que en España bajo Franco no había franquistas, pero los hay ahora. Y en tal cantidad que hasta Polanco, que fue uno de ellos, confesó en una famosa alocución que tenía miedo.
La gran mascarada continúa. Quienes bajo Franco se cuidaban, medrosos, de infringir cualquier norma impuesta, aplauden hoy que un juez se pueda saltar la ley para simular que se hace justicia a algunas de las víctimas. Loscriptoson ellos y Garzón su reflejo.