En los jardines de Occidente se ha levantado un gran clamor contra las matanzas que Gadafi está perpetrando en Libia. Eso está muy bien, pero digo mal, pues la rugiente indignación que han suscitado los crímenes del dictador no se dirige contra él, único responsable, que se sepa, de esos actos abominables. Resulta que no. Que no está tan claro que el régimen libio sea el culpable de las atrocidades. A la vista de los dedos acusadores que señalan a las "grandes potencias" –por lo común, referido a Estados Unidos–, a la Unión Europea o a esa entelequia llamada "comunidad internacional", se diría que son esas vaporosas entidades y los más sólidos estados que las forman, quienes han provocado la barbarie de Gadafi.
No siempre desatan la represión y las masacres tales estallidos de rectitud moral en los países democráticos y, en particular, en el nuestro y, en concreto, en la prensa. Pero ése es el doble rasero de cada día. La peculiaridad de la reacción a los sucesos de Libia es que consiste, ante todo, en durísimas reprimendas a Occidente. Por lo que supuestamente ha hecho: sostener a la dictadura de Gadafi. Y por lo que no ha hecho: condenar con mayor contundencia, sancionar, intervenir, incluso. ¡Intervenir! Gentes que aborrecen la idea de que exista un "gendarme mundial" reclaman una intervención. ¿De qué tipo? ¿Quieren que vaya la Sexta Flota o creen que bastará enviar un comité de persuasión para que Gadafi deje de ametrallar a los libios? Ante un caso así, ¿pueden hacer las democracias mucho más que declarar su condena e imponer sanciones y embargos? ¿O, ahora sí, hay un derecho y hasta un deber de injerencia?
La cuestión, sin embargo, no ha sido ésa. La pasión que late en los airados reproches a las "potencias" es el vicio de culpar a Occidente de los males del mundo, y no digamos del Tercer Mundo. Tanto ha arraigado el sentimiento de culpa por la colonización, que se responsabiliza a los "países ricos" de cuantos desastres provocan los gobernantes de los "países pobres". La paradoja es que esa visión, tan tercermundista ella, se halla impregnada de lógica colonialista: se da por sentado que esos estados y sus dirigentes aún no han llegado a la mayoría de edad. Y, así, se les libera del lastre de la responsabilidad para endosárselo a las democracias. En 1970, escribía Revel que "la civilización democrática es la primera de la historia que se culpa a sí misma cuando otra potencia intenta destruirla". Cabe añadir que también se flagela cuando otros destruyen. Será masoquismo narcisista.